jueves, 11 de febrero de 2021

El dolor dentro de las mentes. Capítulo 4.

 4.

 

Eran las 11:30 cuando me quedé dormida. Son las 3:30 y ya estoy despierta. Sin un poco de sueño, acostumbrada a no dormir más de tres horas y este lugar había logrado que durmiera una hora y media más.

 

Este lugar no es tan malo después de todo.

 

Salí de la cama y al tocar el suelo con mis pies descalzos sentí el frío traspasar mis huesos. El frío había traspasado la alfombra de piel que rodeaba mi cama. Me moví hacia una esquina del cuarto y le subí un poco a la calefacción dejándola en 25°C.

 

Al asomarme por la ventana vi que estaba lo suficientemente oscuro como para salir a trotar así que me dirigí al baño. Luego de desnudarme, me quité las vendas de los brazos y no tenían tanta sangre. Eso era algo bueno. Hoy es viernes, y calculaba que para el domingo no tendría los cortes abiertos. Me bañé sin mojarme el pelo y curé de nuevo todos mis cortes.

 

Ardían y dolían como el diablo, pero, era necesario si no quería que eso se infectara. Los cortes de mis piernas ya se habían cerrado y estaban cicatrizando ya que hace mucho que no me corto en las piernas. Ese pomo cicatrizante ha dado la talla y si sigue así puede que dentro de varias semanas ni cicatrices se me vean. Pero, no aseguro lo mismo de los cortes en mis brazos ya que mi piel es mucho más fina allí y admito que la he maltratado demasiado hasta el punto de quedar casi inservible.



Luego de aplicar la pomada y una crema hidratante que encontré por todo el cuerpo, salgo hacia el vestidor y me visto con un mono gris y una sudadera con los zapatos deportivos que me compró Lee en Canadá.

Antes de salir de mi habitación tomé mi abrigo y el plano del internado y, mientras caminaba por el pasillo, el silencio era interrumpido por gemidos y gritos entrecortados, pero no eran de dolor… eran de placer… seguidos de un: --“Oh…dame duro… así Ian… Así… Más… Más… Más duro.”—mientras más caminaba por el pasillo, más claro se escuchaba. Ahora se le unió un golpeteo constante contra el piso de madera.

 

Mi mente comenzó a maquinar y uní todos los puntos, los chicos estaban teniendo sexo…

 

Me dieron nauseas al instante y corrí escaleras abajo. Cuando me hallé fuera del edificio me concentré en eliminar de mi mente esa escena, pero, era obvio que no iba a poder hacerlo en un futuro instantáneo y menos cuando la voz de la chica gimiendo se me asemejaba demasiado a la de la rubia #1.

 

Abrí el plano y lo memoricé como pude mientras comenzaba caminando. El internado por fuera era grandísimo y en el horizonte se veía como si hubieran derramado azúcar glasé por todos lados. Alcancé a dar 7 vueltas trotando. Estaba cansada y había logrado sudar un poco a pesar de que la temperatura estaba a casi 10°C.

 

Entro al edificio de nuevo rogando porque los ruidos hayan parado en las habitaciones de las chicas. Pero, como yo no era una chica suertuda, cuando iba pasando frente a la habitación 20 sale de la habitación 23 el novio de la rubia #1 con los pantalones sin abrochar y terminando de colocarse la camisa blanca.

 

Traté todo lo posible por ignorarlo, pero, él no disimuló y cuando nos cruzamos se atravesó en mi camino y lo encaré.

 

- “Tú no me viste.”—ordenó mirándome a los ojos.

 

Estaba comenzando a enojarme su tono así que mis ojos deberían ser un espectáculo para él en este momento. Comienzan a tornarse amarillentos en el centro combinándose con el azul haciendo que en el medio se vuelvan verdosos. Siempre me sucede cuando me enojo y él está demasiado cerca para notarlo.

 

- “¿Y qué si lo hice?”—alegué disimulando que no me di cuenta de que sus labios habían doblado su tamaño viéndose ligeramente inflamados.

- “No querrás saber lo que te pasará.”—dijo en tono severo.

 

Me estaba amenazando.

 

- “Lo dices como si debiera temerte y, tal vez, deberías pensarlo muy bien antes de volver a utilizar ese tono conmigo porque aquí el único que sale perdiendo eres tú, no yo. Así que cuida tus palabras.”—yo también sabía amenazar. E imagino que si me ordena que olvide que lo he visto aquí ahora es porque no debería estar haciendo lo que sea que estuvo llevando a cabo.

 

- “Mira, niñita.”—soltó en un arranque de ira y me tomó con su mano derecha del brazo derecho. Duele. Maldición. --“No me quieres tener como enemigo.”—apretó más su agarre y dio un jalón soltándome bruscamente.

 

Quería gritar. Quería llorar. Quería quejarme. Quería quejarme llorando y gritando, pero, respiré profundamente y me enderecé.

 

- “Tranquilo que no te quiero como nada. Solo aléjate de mí.”—le dije sacando valor de donde no tenía y lo empujé para que se apartara de mi camino.

 

Casi que corrí hasta mi habitación encerrándome con llave. No pude controlar mi llanto mientras me desvestía y me quitaba las vendas de mi brazo derecho en el baño. Lloraba y no sabía si era por lo que me dijo o por lo que me hizo porque incluso a una persona sin cortes en los brazos le hubiera dolido su arrebato (y eso que tenía puesto mi abrigo). Me lastimó mucho. En el brazo, casi llegando al hombro, tenía sus manos marcadas en rojo vivo y algunas de los cortes que ya se habían cerrado ahora sangraban.

 

Lloraba. Lloraba mucho.

 

Me metí a la ducha luego de desvestirme completamente. Dejé que el agua se llevara todo rastro de sudor y sangre, las lágrimas seguían saliendo y mi brazo ardía malditamente mucho. No dejé que se me mojara el cabello. Al salir de la ducha vi las vendas llenas de sangre en el piso y las boté en la basura, destapé uno de los 10 paquetes que quedaban en el botiquín de primeros auxilios y vendé mis brazos luego de desinfectar las heridas y aplicar la pomada. Hice lo mismo con mis piernas perdiendo la cuenta en 128 de las veces que había maldecido al tal Ian.

 

Ya lista para ponerme el uniforme me logré calmar dentro del vestidor. Me puse la ropa interior que era un conjunto negro, luego el leguis negro, la camisa blanca de botones que me quedaba perfectamente pegada al cuerpo, la corbata del mismo color de la falda que como supuse me quedaba extremadamente corta, también unas medias negras antes de las malditas botas y por último el chaleco/chaqueta negra.

 

Mientras me soltaba la trenza observé frente a uno de los muchos espejos que había dentro del vestidor cómo me caían las ondas definidas y brillantes. Entonces observe que, aunque me enrulara el cabello, éste aún estaba más largo que mi falda. Y ya estaba lista.

 

Un sonido bastante alto de una campana me sorprendió liberándome de mis pensamientos, era una especie de campana muy chillona. Salí del vestidor buscando de dónde provenía el sonido, pero, al parecer venía de los altavoces, entonces se le unió otro sonido malditamente duro que provenía del reloj despertador que estaba en mi mesita de noche.

 

¿Y ahora cómo se apaga eso?

 

Tomé entre mis manos el aparato y ninguno de los botones tenía nombre. Comenzaba a alterarme y me iba a quedar sorda así que, mientras el primer sonido se detuvo, yo desconecté el aparato logrando silenciarlo. Suspiré aliviada cuando lo volví a conectar y no sonó de nuevo. 

 

Así que a ésta hora se despiertan todos para comenzar a arreglarse…

 

6:00 am.

 

En fin, hice mi cama y acomodé un poco toda la habitación. La laptop que me habían dado descansaba junto con los libros, no la había volteado a ver, hoy llegaría a leer el manual de eso y del reloj, también el de la tarjeta de crédito… definitivamente. No tenía nada que hacer así que decidí ir a la oficina del director para hablar sobre que nadie debe saber que soy huérfana. Tomé el papel de la combinación de mi casillero, mis llaves, el horario y el plano antes de salir de la habitación y cerrarla con llave.

 

Acomodé todo en los bolsillos de mi chaleco mientras caminaba por los desiertos pasillos tratando de aprenderme de memoria todos los caminos del plano. Al llegar a la sala de espera de la oficina del director no estaba la secretaria así que pasé directamente y toqué dos veces la puerta del despacho del director.

 

- “¿Quién es?”—preguntó la voz del señor Cristopher.

- “Soy Ligia Elena.”—respondí.

- “Oh, pasa, Ligia.”—invitó y abrí la puerta cerrándola después de entrar.

 

En la escena frente a mis ojos el director lee unos papeles en su escritorio con una taza de café al lado y su esposa lee el periódico sentada en uno de los muebles que están diagonal a la puerta ambos me miraban sonrientes mientras me volvía el dolor al pecho y me costó hablar. Genial.

 

- “¿Cómo te sientes?”—me preguntó Catalina.

 

Ligia, sé cortés.

 

- “Decepcionada de que mi cabello sea más largo que mi falda.”—eso la hizo reír.

- “¿Qué te trae por aquí?”—me pregunta Cristopher.

- “Disculpen la interrupción, pero, quisiera aclarar unos puntos con ustedes.”—comienzo.

- “Adelante.”—incita Cristopher.

- “El tema de que soy huérfana solo lo conocen ustedes, el señor Bold y la recepcionista y el punto es que quiero mantener eso en secreto. No quiero que nadie más se entere y agradecería su colaboración.”—expuse.

- “Claro que sí, no hay problema. Haré ya una reunión con los profesores para que guarden discreción con respecto al tema.”—aceptó Cristopher.

 

¡Wau! Creí que sería más difícil.

 

Estos adultos son algo extraños. Se supone que como personas normales debieron decir algo como ‘No es nuestro problema’ o ‘No te aseguramos nada’ ‘Lo tendremos en cuenta’, pero, no un ‘Claro que sí,

no hay problema’. Esto está mal, muy mal.        

 

Esperen, ¿todos los profesores lo saben?

 

- “¿Por qué todos los profesores lo saben?”—

- “Ellos tienen acceso a todos los expedientes de los alumnos, Ligia Elena. Además, eres la única estudiante nueva.”—explicó Cristopher.

- “¿Y mi privacidad dónde queda?”—estaba molesta.

- “Respetamos eso y lo único que podemos hacer es ya no decirle a nadie más, hablaremos con los profesores para que no digan nada.”—habló con un tono más fuerte Catalina. ¿Quién era ella?

- “Usted no me hable.”—muy bien. Eso había sido muy grosero. –“Usted no es la directora, él lo es y yo estoy hablando es con él.”—

- “Cálmese, señorita. Está siendo un poco grosera.”—me regañó el director.

- “No te preocupes, querido. Puedo vivir con eso.”—le dijo Catalina mirándome mientras se ponía de pie y caminaba hacia mí. –“Solo dinos el motivo de tu petición. Estoy segura de que tenemos derecho a saberlo.”— dijo con su mirada cristalizándose.

 

La miré con odio, como si me hubiera hecho algo malo.

 

- “Es mi privacidad. No me da la gana de que los demás tomen eso como motivo de burla, estuve observando cómo se comportan los estudiantes de aquí y no me queda la menor duda. Aquí las personas son tan egoístas que solo piensan en ellos y en nadie más, no les importa quién carajos soy y por lo tanto no les afectaría saberlo.”—hice una pausa. Ella ya había soltado las primeras lágrimas y ahora me miraba con lástima. –“¿Le parece suficiente motivo, señora?”—

 

Y más odiaba que las personas me miraran así.

 

- “¡Ligia Elena! Ya es suficiente.”—escucho el regaño del director más cerca de lo que estaba hace un minuto.

 

Al siguiente segundo llegó al lado de su esposa y le puso la mano en el hombro.

 

- “Sé lo que intentan con tantas atenciones…”—hablé para los dos. –“No quiero ser la hija ni de ustedes ni de nadie.”—sentencié. –“Me retiro, con su permiso.”—

 

Y salí del despacho con ellos mirándome con cara de ofendidos.

 

- “Es muy altanera.”—escuché hablar enojado al director. Me quedé parada detrás de la puerta.

- “Entiéndela. Ha tenido una vida muy dura.”—me defendió ella.

 

Caminé frustrada como alma que lleva el diablo. La maldita tenía razón y la odiaba más por eso.

 

Ubiqué en el plano los casilleros y me dirigí hacia allá. Al llegar al comienzo del pasillo, un marco en la pared dividía este pasillo de los otros dos formando una cruz. En el medio del marco colgaba un reloj redondo de aguja grande que marcaba las 6:30 am.

 

El número de mi casillero era el mismo número de mi habitación: 50. Del lado derecho del pasillo la pared era amarilla, del lado izquierdo la pared era verde aceituno, supuse que los casilleros de los hombres eran todos los de la pared verde y los casilleros de la pared amarilla eran los de las chicas. Los casilleros se veían amplios pues medían alrededor de 2 metros y estaban pegados al suelo, lo que quedaba de pared hasta el techo era amarillo en el caso de la pared de las chicas. Introduje mi combinación de 4 números por medio del aparato redondo pegado a mi casillero.

 

2 4 6 8

 

El casillero se abrió y me quedé anonadada ante todo lo que había dentro. Catalina dijo que mis cuadernos y útiles estarían allí, pero, no pensé que la generalización de los materiales fuera tan amplia. Abrí mi horario y por la parte de atrás de la hoja estaba la lista de lo que necesitaría para cada materia.

 

- “Atención, estudiantes.”—Habló una voz desde los parlantes que supongo se escuchan por todo el instituto. –“La primera clase de la mañana ha sido suspendida. Motivo: Los profesores tienen una reunión muy importante con el director.”—Terminó de decir y cortó el ruido. Era la voz de la recepcionista. Medit.

 

Perfecto, primera clase suspendida y sé el por qué. Segunda clase: Arte. Antes de la clase de arte: tiempo para desayunar. Aún no había más nadie que yo en el pasillo. Cosas que debo llevar: Un cuaderno, lápiz, borrador, sacapuntas, block de dibujo, colores, caja de lápices especiales para dibujar.

 

Tomé una cartuchera grande que estaba dentro del casillero, estaba aún dentro de su bolsa con el precio, me gustaba porque era negra. Metí todos los creyones de colores sacándolos de su caja también, también metí el resto de los útiles junto con los lápices para dibujar. Tomé un cuaderno al azar y un block. Lo sostuve todo en un brazo, dolía un poco, pero, era soportable, cerré el casillero y con el plano me guie a la cafetería.

 

Estaba sola también.

 

- “Querida dama. Buenos días.”—me saludó Max como tenía acostumbrado.

- “Buenos días.”—le sonreí sentándome en uno de los bancos.

- “Desde hoy trabajaré con menú.”—comentó.

- “No te preocupes, solo quiero un té para relajarme y pan tostado.”—le dije viendo que eso estaba en el menú de la cartelera.

Frunció el ceño. –“Eso no es un desayuno adecuado, madame.”—alegó.

- “No es mi desayuno, vendré más tarde a desayunar. Solo quiero comer eso.”—mentí.

 

Él asintió creyéndome y 5 minutos después ya tenía el desayuno frente a mí.

 

- “Unta esta mermelada en el pan. Te encantará.”—me dijo poniéndome a un lado un frasco.

- “Gracias.”—le dije.

 

Él se fue a la cocina, supongo que estaba ocupado. Comí lo más rápido posible. La mermelada era de piña y estaba muy dulce, quizás no la vuelva a comer tan temprano en la mañana, pero me había encantado. El té no lo dejé enfriarse, era de manzanilla y me sentó bien en el estómago. Sentía cómo rápidamente el enojo se salía de mí.

 

- “Es uno de los desayunos más ricos que he comido.”—le digo agradeciendo cuando terminé.

- “A la orden.”—él habló desde detrás de la puerta.

 

Sonreí mientras volvía a agarrar mis cosas en mis brazos y me levanté del banco. Mientras atravesaba las puertas dobles de la cafetería vi a lo lejos caminar a 5 chicos y 5 chicas que hablaban entre ellos y ya yo me estaba especializando en reconocer esos cuerpos en cualquier lado.

 

Bufé estresada. No estaba de humor para cruzarme con ellos. Miré a los lados y vi un pasillo a mi derecha que guiaba a una puerta al final. Corrí con cuidado de no caerme con estos tacones, al llegar a ésta la abrí y la cerré después de entrar. Ellos no habían alcanzado a verme y ahora yo me encontraba dentro de la lavandería.

 

Montones de máquinas blancas estaban organizadas en columnas y más máquinas blancas pero diferentes estaban encima de éstas. Había una columna pegada a cada pared de los lados y dos columnas en el medio del lugar dejando tres caminos por los cuales pasar.

 

Para mí era frustrante no tener nada que hacer, si no estaba ocupada en algo siempre terminaba cortándome así que decidí acercarme al escritorio de la que parecía ser la recepcionista o la administradora de esta parte y ella me explicó que las máquinas lavaban y secaban solas y, según mi horario, todavía faltaban dos horas y media para entrar a clase de Arte así que tenía tiempo suficiente para lavar lo que tenía sucio.

 

Se me fue media hora en ir y volver de mi habitación. Tampoco es que era mucha ropa, pero, no podía permitir que otra persona lavara mi ropa y las toallas manchadas de sangre. Las había metido en una bolsa negra y, aunque ya se comenzaban a ver estudiantes por los pasillos, no me crucé con el grupo de los populares.

 

Durante una hora estuve muerta de aburrimiento paseando por toda la lavandería. Se me habían quedado mis útiles en la habitación, pero, no iría solo a buscarlos para tener que ir de nuevo cuando estuviera la ropa lista. Cuando la ropa estuvo lista la doblé, estaba calientica, la metí en la bolsa e inicié mi caminata de nuevo. Estaba comenzando a volverse cansón tener que caminar mucho para todo.

 

Todavía faltaba una hora para entrar a clases así que me senté cerca de la ventana luego de organizar lo que había lavado y me puse a memorizar el plano para ya no tener que estar cargando con eso a todos lados, cuando ya estaba segura de que no me perdería todavía faltaba media hora y tocaron la puerta. Me levanté guardando el plano en la mesita de noche.

 

- “¿Quién es?”—pregunté.

- “Soy Catalina.”—Dijo demasiado tarde su nombre, ya yo había comenzado a abrir la puerta.

 

Quizás si lo hubiera dicho antes, no la hubiera abierto.

 

- “¿Qué quiere?”—le pregunté mirándola.

 

Llevaba en una de sus manos un abrigo gris y una cartera del mismo color. Tal vez saldría. Y en su otra mano llevaba una bolsa rosada de un material duro. Tal vez iba llegando. No quería que ella estuviera aquí.

 

- “¿Puedo pasar?”—Y encima tenía una sonrisa de lado a lado.

La respuesta era obvia. –“No.”—

 

Ella entró, sin embargo, levándome por delante. Bold, el señor que me había ido a buscar al aeropuerto, estaba detrás de ella y cargaba muchas bolsas verdes encima de una cesta tejida de madera llena de productos y envuelta en una bolsa de regalo transparente con un moño grande.

 

¿Qué coño es toda esta mierda y porqué la están poniendo toda en mi cama?

 

- “¿Qué hace usted aquí? ¿Por qué entró sin permiso? ¿Qué son todas estas cosas?”—Tenía muchas preguntas.

- “Vine a disculparme en nombre de mi esposo. Pedí permiso. Son tuyas.”—respondió a todas en orden.

Negué con la cabeza. –“Ahórrese sus disculpas. No la dejé entrar. Puede llevarse sus regalos a otro lado.”—le dije fríamente arruinando su sonrisa.

 

Bold solo estaba parado guardando silencio.

 

- “Sé que no, pero, quería entregarte esto como signo de disculpa por lo de esta mañana. También hay cosas que se supone debieron llegar ayer, pero, hubo inconvenientes.”—dijo apenada.

- “¿Intenta comprarme con cosas caras?”—pregunté indignada.

Bufó. –“No lo veas de esa forma, Ligia.”—dijo acercándose a mí.

 

¿Estaba tuteándome?

 

- “¿En qué momento le di la confianza suficiente para que me tutee? Aléjese de mí.”—le dije poniendo mis manos al frente. Se detuvo mirando al suelo.

- “Bold, retírate por favor.”—ordenó ella y él obedeció cerrando la puerta detrás de él.

- “También intento saber por qué estás siempre a la defensiva conmigo.”—comenta ella.

 

No tenía ninguna intención de mentirle. –“Siento odio hacia usted.”—Y sé que sonó cruel.

 

Ella iba a comenzar a llorar y vi que se estremeció como si mis palabras la hubieran golpeado literalmente.

 

- “¿Qué hice yo para merecerlo?”—preguntó entrecortadamente.

- “Nada, aún.”—dije en un susurro. –“¿Qué con usted? ¿Cuál es su problema? ¿Por qué siempre está tan al pendiente de mí?”—pregunté yo.

 

Esta señora tenía un efecto en mí que me tranquilizaba hasta el punto de no querer respirar y, al mismo tiempo, me aceleraba como si el corazón me gritara algo que no puedo escuchar.

 

Después de unos largos segundos habló. –“Cristopher me habló de ti cuando le llamaron de Canadá para avisarle. Desde ese momento sentí algo en el pecho…”—hizo una pausa, sus ojos me decían que había algo que no me quería decir. –“Y mi corazón se apiadó de ti, Ligia Elena.”—pronunció mi nombre como si me estuviera implorando algo.

 

No lo soportaba más. Quería estar sola.

 

- “Eso se llama lástima, señora. Y no necesito la suya ni la de nadie.”—le di la espalda caminando hacia la puerta. –“Váyase, no quiero hablar más.”—Le sostuve la puerta abierta con la mirada hacia el pasillo.

 

Había chicas caminando por allí, pero ninguna se volteaba en nuestra dirección.

 

- “Estoy segura de que no es lástima, pero te entiendo.”—dijo detrás de mí. –“Debes saber que cuentas conmigo para todo.”—repitió lo que me dijo el día de ayer.

 

Esperé a que estuviera lo suficientemente fuera de la habitación para cerrar la puerta. Había muchas cosas que yo no podía controlar y una de ellas era lo que decía. Mi gran defecto era que podía llegar a ser tan imprudente en algunos momentos porque ni siquiera podía controlar lo que salía de mi boca. Incluso había momentos en que yo creía que no estaba diciendo lo que pensaba.

 

Me recosté a la pared con mi brazo derecho y al instante un dolor me recorrió todo el brazo. Seguro ya debe estarse formando un moretón donde el tal Ian me apretó esta mañana. Miré la hora. 9:20. Ya faltaba poco para que la clase comenzara. Rápidamente fui al baño y me lavé la cara, revisé mi cabello que estaba intacto y luego tomé mis cuadernos. Salí de la habitación trancándola con llave y me dirigí al salón de Arte. Me había hecho una imagen mental del plano y el salón se ubicaba en el primer edificio, segundo piso.

 

Sentía a la suerte de mi lado porque no me había cruzado al grupo de los populares insoportables y espero que siga así todo el año. Llegué a la puerta y había unas letras arriba de ésta que marcaban ‘Salón de Arte’.

 

Al parecer era la última en llegar pues todos los estudiantes sentados en las mesas ubicadas a la derecha se me quedaron mirando. Aún no había llegado el profesor y eso era un gran alivio. Ignorando todas las miradas me dispuse a buscar una mesa desocupada cuando mi sueño se vino abajo. En las mesas de atrás estaban en una esquina sentados cerca el grupo de los populares insoportables. Y me miraban. Las tres rubias me miraban asesinamente junto con dos chicas de cabello castaño que se habían unido al grupo y los cinco chicos me miraban sorprendidos de pies a cabeza.

 

Localicé una mesa en la primera fila, justo en la esquina contraria a la de ellos. No dudé en caminar hacia allá pues era la que estaba más alejada.

 

Yo sabía que no era una chica suertuda. Pero, de allí a tener clases con ellos… ¿Qué es eso? Esto tenía que ser una conspiración cósmica o mi Karma pasándome factura de mi vida anterior. O… seguro que me he equivocado de salón, sí, eso es. Tiene que ser eso.

 

-“Muy buenos días alumnos.”—mis pensamientos fueron interrumpidos por el profesor, quien entró algo apurado por su retraso. –“Seré su profesor de artes.”—se comenzó a presentar mientras ocupaba su lugar en el escritorio ubicado frente a toda la clase y delante de una pizarra acrílica. –“Mi nombre es Brayne.”—siguió mirando a todos lados y deteniéndose en mí. –“Veo caras nuevas por aquí.”—ahora caminaba en mi dirección.

 

Trágame tierra.

 

- “Bienvenida, señorita.”—me sonrió amablemente. Como todos los adultos de este lugar. Y puso un libro en mi mesa. –“Bien, comencemos la clase del día de hoy.”—y los demás bufaron ante eso. –“Abran sus libros en la página 5 y tomen nota.”—indicó y obedecí. Hojeé la página y ya yo había leído sobre eso antes.

 

Una cosa buena de sentarse aquí era que había quedado al lado de la ventana, me permitía mirar el paisaje de árboles y ver cómo la nieve caía mientras me perdía en mis pensamientos.

 

- “Señorita ¿Me está prestando atención?”—preguntó el profesor.

 

De pronto estaba frente a mí y mirándome.

 

- “Sí, sí.”—asentí mintiendo.

- “¿Por qué entonces no está tomando nota?”—me preguntó señalando hacia mi cuaderno en blanco.

- “Las notas son para los que se les olvida lo que se está explicando. Puedo sin ellas, tengo una capacidad retentiva amplia y rápida.”—expliqué hablando bajo para que solo me escuchara él.

 

Él me frunció el ceño. —“Entonces, según lo que me ha escuchado ¿Qué me dice sobre el arte?”—me pregunta. Claramente cree que me burlo de él.

 

Cierro el libro y el cuaderno, afinco mis codos sobre la mesa y asiento.

 

- “El arte es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una versión del mundo mediante diversos…”—Y me interrumpió.

- “Ok, ya entendí.”—me creyó ahora. –“¿Tú entendiste, Tatiana?”—le preguntó a una chica de atrás.

 

Seguí su mirada y al parecer se trataba de la rubia #1 porque ella dejó de mirar sus uñas para mirar al profesor.

 

- “Ni una palabra.”—dijo en un tono totalmente desinteresado.

- “Un bebé entiende más que tú.”—susurré para mí misma hundiéndome en mi asiento y mirando de nuevo por la ventana.

 

Al parecer no fue tan bajo mi tono porque todos en la clase comenzaron a reír por lo bajo, hasta el profesor.

 

- “¿Disculpa?”—exclamó.

 

Carajo…

 

- “Oh, no te disculpes por nada, no es tu culpa tener el cerebro de un pez.”—Ligia, cierra la boca. —“Estoy segura de que escuchaste y sin embargo no sé por qué te disculpas. Tal vez si prestaras un poco de atención hubieras entendido la cuarta parte de lo que dije.”—

 

A eso me refería cuando digo que no me controlo al hablar.

 

- “¡Profesor!”—gritó ella. Él movió los hombros de arriba abajo.

- “En parte ella tiene razón, Tatiana.”—le dijo él y ella ahogó un grito. –“Bueno, si nadie más tiene más nada que decir procedamos con el dibujo de hoy. Quiero que trabajen en lo que ustedes quieran, pero, con el lápiz de carbón. Hagan sombras, señores.”—indicó.

 

Todo el mundo procedió a abrir sus blocks y puso manos a la obra. No sabía qué hacer así que comencé con rayas al azar. Pensé que comenzaba a parecerse a un ojo así que en eso me centré. Cuando iba por el iris hice el punto negro más grande de lo común. Como el ojo de una persona enamorada. Y luego aparecieron unas manos alrededor del iris. Cuando ya tuve terminada la idea procedí a perfeccionarlo y agregarle las sombras.

 

- “¿Cómo va, señorita?”—me preguntó el profesor. 

 

Detuve el lápiz y lo miré, entonces él tomó en sus manos mi block y observó el dibujo.

 

- “Iba bien hasta que usted interrumpió mi concentración y arruinó mi inspiración.”—contesté. No me gustaba que me interrumpieran cuando estaba haciendo lo que más me gustaba hacer.

- “Se ve bien.”—dijo ignorando mi comentario y devolviéndome el block. Se estaba acercando más de lo prudente. –“Estuvo bien lo que le dijo a Tatiana, nadie nunca la había enfrentado. A veces necesita que le pongan los pies sobre la tierra.”—susurró y se alejó a ver los blocks de los demás estudiantes.

 

Hubiera querido que eso calificara como coqueteo, pero, no. Solo estaba siendo amigable con la alumna nueva. Y eso era una lástima considerando que es simpático y no le calculo más de 25 años.

 

Solo soñaba, nadie coquetearía conmigo. Por favor.

 

Mientras terminaba mi dibujo supe que esas eran mis manos, las que sostenían el iris del ojo. Y todo el mundo tiene los ojos diferentes… ¿Por qué rayos había dibujado los ojos del tal Ian?

 

Mientras pensaba en ello, recogí mis cosas y me acerqué al escritorio del profesor para que corrigiera mi dibujo. El reloj arriba de la pizarra marcaba las 11:00.

 

- “Muy bien…”—exclamó sorprendido. –“Es fantástico, señorita.”—sonrió. No pude evitar sonreír orgullosa. –“No le falta ninguna sombra… ¿Qué quiso expresar con este dibujo?”—

 

Que quisiera saber los secretos que esconde él detrás de sus ojos.


 

Piensa, Ligia. Piensa.

 

- “En una mirada se esconden muchos secretos, pero, para descubrirlos hay que saber observar. Las manos no pueden tocar algo que no es real, pero, los ojos nunca mienten. La gente ve, pero no observa, por eso es que las personas mienten.”—expliqué lo mejor que pude.

- “Muy inspirador.”—él me miraba pensativamente.

- “Gracias, profesor.”— le dije mientras firmaba en una esquina del dibujo y ponía un 10 con su bolígrafo.

- “Ya puedes retirarte si quieres.”—me informó entregándome el block.

- “Profesor.”—llamó su atención Tatiana. - “¿Puedo ir al baño?”—pidió y la miré moviendo las piernas como si estuviera aguantando las ganas.

- “Vaya rápido.”—aceptó el profesor mientras yo salía del salón y ella se apuró a salir detrás de mí.

- “Oye, tú. Zorra.”—era obvio que hablaba conmigo. No había nadie más por el pasillo.

 

Me giré desinteresadamente y la miré. Nos separaban unos cuantos pasos.

 

- “¿Qué quieres ahora?”—le pregunté.

- “Aléjate del profesor.”—me ordenó caminando hacia mí señalándome con su dedo índice. –“Él es mío.”—

 

Yo no pude evitar reír. Era lo más gracioso que había escuchado en el día.

 

- “Pero, ya tienes al chico con el que te la mantienes ¿Cuál es su nombre?... Ah sí, Ian. No puedes tenerlos a los dos.”—fingí quejarme. Estaba disfrutando su cara que se comenzaba a poner roja.

- “Claro que sí.”—pronunció indignada. –“Puedo tener a cualquier hombre del internado que se me apetezca.”—hizo una pausa. –“Tú te le estás insinuando, vi cómo batías tu cabello cuando él pasaba por tu mesa, vi cómo le sonreías.”—

- “Yo no hice nada.”—Esto es ridículo. –“Aquí la única zorra eres tú”—me defendí. Ella amagó de cachetearme, pero, atajé su mano en el aire y alcancé a enterrarle un poco las uñas. 

- “No sabes con quién te estás metiendo. ¿Cómo te atreves a insultarme?”—preguntó claramente ofendida.

- “Sé perfectamente la clase de persona que eres, Tatiana.”—dije soltándole la mano cuando vi su cara de dolor. –“Y es la verdad. Aquí no soy yo la que tiene los botones de su camisa abiertos para que se le vea el sostén, ni su falda por encima de sus muslos. Aquí la zorra no soy yo.”—le dije defendiéndome.

 

Ella me miró en silencio. Yo supuse que no había más qué decir y me di la vuelta comenzando a caminar.

 

- “Claro que no. Aquí tú eres la nerd que hace que nuestro uniforme se vea nerd y horrible.”—dijo y yo seguí caminando fingiendo ignorarla mientras que cada una de sus palabras me hería.

 

Caminé a mi casillero y guardé las cosas. Luego me dirigí a la cafetería.

 

- “Hola, señorita. Llega antes, como siempre.”—me saludó Max.

- “¿Qué tiene de malo mi uniforme, Max?”—pregunté mientras me daba una vuelta en mi lugar.

- “Los pantalones le dan un toque muy original.”—dijo encogiéndose de brazos sin saber qué decir.

 

En eso se me ocurrió una idea.

 

- “Estaba pensando en convencerte de que me dejes usar tu cocina, verás, yo era la única que sabe cocinar de dónde vengo, y lo extraño mucho…”—no sabía qué más decir.

- “Pues con gusto… En las normas no dice que un estudiante no debe cocinar.”—aceptó.

 

Él también estuvo fácil. Se supone que tenía que rogarle más. ¿Será que tenía el poder de convencer fácil a los adultos de aquí o cuál es su problema? ¿Por qué no funcionaba con los empleados del orfanato?

 

Me abrió la puerta que separa la gaceta del resto de la cafetería y ahora estaba del lado adentro del mesón. Luego me condujo por dentro de las puertas dobles y ahora estaba en la espaciosa cocina. Todo estaba reluciente de limpio, había varias hileras de mesón con utensilios y máquinas para cocinar, todo era blanco y el espacio se me asemejó al de la lavandería.

 

- “Las reglas son solo dos: Uno, utensilio que se utilice, utensilio que se lava y no cambiar nada de su puesto original que después no lo encuentro.”—me informó sonriente.

 

Luego de observar detalladamente todo me puse a preparar mi almuerzo. 20 minutos después tenía lista una limonada y una ensalada de espinaca con pepino acompañada con arroz. Comí tranquilamente allí con Max contándome anécdotas con las recetas y algunos de sus secretos culinarios.

 

Cuando sonó la campana que indicaba que era hora de almorzar esa era mi señal para irme antes de que la cafetería se llenara de estudiantes. Lavé todo lo que había ensuciado, lo sequé y lo puse en su lugar. Me despedí de Max y me preparé para caminar rápidamente.

 

Sin embargo, no fue suficiente. Mientras salía de la cafetería y caminaba por el pasillo mirando al suelo para evitar las miradas de los que pasaban por mi lado en dirección contraria. Sentir que te miran es más tolerable que ver cómo todo el mundo te mira. De vez en cuando subía la mirada para cuidarme de no tropezar a nadie y en una de esas vi a cinco chicos acercarse, cinco chicos que no me agradaban para nada. Ya era demasiado tarde para escaparme a la lavandería. Ya me habían visto.

 

- “Miren a quién tenemos aquí… El cerebrito de arte.”—dijo Ian y, como si hubiera sido un chiste, los otros cuatro se rieron.

 

Caminaba pegada a la pared y no les costó mucho acorralarme. Yo lo miraba solo a él. No podía saber cuándo mis ojos comenzaban a cambiar de color a ciencia cierta, pero, mientras él me miraba a los ojos supe, por cómo cambió su mirada, que ya demostraba lo furiosa que estaba, luego él se repuso dejando de mirarme rápidamente.

 

Nunca he golpeado a nadie, pero, eso no quiere decir que no sepa defenderme. Tampoco sabía si golpeaba duro, pero, tenía el presentimiento que ya lo averiguaría.

 

- “¿Qué te traes entre manos?”—me preguntó el de rulos hablando lentamente. Lo miré y él estaba concentrado en mis ojos.

 

En eso Ian me tomó del brazo izquierdo fuertemente pegándolo más contra la pared. Me quejé con un gritico involuntario, pero, ya la mayoría de los estudiantes había llegado a la cafetería y el pasillo estaba quedándose solo.

 

- “Tatiana nos contó lo que le hiciste, perra.”—me dijo Ian apretando los dientes.

- “Depende de qué te haya dicho que le hice.”—le dije entrecortadamente.

 

Su agarre dolía. Dolía más que esta mañana. Este chico tiene fuerza.

 

- “No te hagas la mosquita muerta si no quieres que le llame a mi padre para que hable con los tuyos.”—me retó apretando más y solté otro gemido.

- “Hermano suéltala, la estás lastimando.”—le pidió el chico menos blanco de los cinco. Al parecer era el único en darse cuenta de mis quejas, los otros solo me miraban hipnotizados.

 

Sin embargo, Ian lo ignoró. Maldito.

 

- “No sabía que Tatiana no se sabe defender, pero, yo sí.”—hice un gran esfuerzo porque mi voz no sonara herida. –“Y tú no quieres que mi padre vea los moretones de mis brazos. ¿Verdad?”—dije irónicamente y al instante aflojó su agarre.

- “¿Moretones en sus brazos? ¿De qué habla, Ian?”—le preguntó el chico de ojos marrones frunciendo las cejas.

- “Aléjate de mí porque no te tengo miedo.”—le dije a Ian haciendo que volviera a mirarme a los ojos y seguidamente subí mi rodilla izquierda estrellándola contra su ingle con todas mis fuerzas.

 

Me liberó al instante retorciéndose del dolor. Se la dejé pasar la primera vez, pero con esto, esperaba que le quedara claro lo de no volver a tocarme.

 

- “Maldita perra.”—me gritaba una y otra vez.

- “¿Qué…?”—dijeron sus amigos mirando la escena con los ojos como platos.

- “Si me vuelven a tocar alguna vez, los castro a cada uno de ustedes.”—les dije y ellos retrocedieron dejándome el camino libre.

 

Me dirigí a la oficina del director ignorando el dolor en mi brazo y pensando en las normas que Max había nombrado hace rato. La secretaria seguramente estaba comiendo porque no estaba en su escritorio. Toqué dos veces la puerta del despacho.

 

- “Pase adelante.”—escuché decir al director.

 

Entré.

 

- “Buenas tardes.”—saludé. –“Quería disculparme por lo de esta mañana, fui muy grosera.”—dije tratando de sonreír.

 

Cristopher estaba sentado en su escritorio y la secretaria en una silla frente a éste revisando unos papeles. Su esposa no estaba y eso me puso de mejor humor.

 

- “Bueno, Medit, redacta esto y se lo envías al senador.”—le habló. Ella asintió, recogió los papeles y se levantó para salir. Cuando me pasó por el lado me sonrió en forma de saludo. El director me ofreció una silla frente a su escritorio sonriéndome. –“Dejemos eso atrás ¿Qué te parece?”—me preguntó mientras me sentaba.

- “Perfecto.”—asentí.

 

Guardamos silencio por un instante en el que solo nos observábamos el uno al otro, como si tratáramos de descubrir lo que el otro pensaba.

 

- “¿Algo más?”—habló por fin.

 

Se dispuso a quitarse los lentes mientras yo pensaba en mis siguientes palabras. Aún no entendía por qué él y su esposa eran tan amables conmigo y por qué se me hacía más cómodo y fácil hablar con él que con ella.

 

- “Señor Cristopher… Quería saber si usted tiene un manual de convivencia o un libro de reglamentos de la institución.”— A medida que hablaba él me miraba más atentamente. –“Y si no sería mucha molestia que me facilite una copia, claro, si no es mucho pedir.”—terminé.

- “No, claro que no es ninguna molestia.”—habló eufórico. –“Te la haré llegar cuanto antes.”—Debería acostumbrarme a conseguir las cosas fáciles en este lugar. –“Nunca antes ninguno de nuestros estudiantes nos había pedido las normas.”—expuso.

 

Busqué una excusa rápidamente. –“Es que me sentiría más a gusto sí sé qué cosas debería hacer y qué no debería.”—Me removí en mi asiento y él asintió comprendiendo.

 

Me comenzaba a sentir contenta mientras me paraba para despedirme. Había comenzado a transpirar desde el incidente anterior con los chicos populares y la calefacción de este lugar no me ayudaba así que ya estaba comenzando a sudar.

 

Acto seguido la puerta detrás del escritorio del director se abrió y Catalina hizo acto de presencia sosteniendo una bandeja con comida. El dolor en mi pecho me invadió de nuevo y mi hiperventilación aumentó de golpe y quería desvestirme cuanto antes.

 

- “Aquí está tu almuerzo, querido.”—le decía al director acercándose a nosotros. Entonces quitó la mirada de la bandeja y nuestros ojos se encontraron. –“¡Oh, señorita! ¿Qué la trae por acá?”—me habló mientras ponía la bandeja en el escritorio del director con una gran sonrisa.

- “Justo ya me iba.”—No lo soportaba más así que me deshice rápidamente de mi chaqueta.

 

Me extrañó no escucharle decir nada que me enojara y la miré para cerciorarme de que no se haya puesto a llorar ya. Y pues, me sorprendió mucho ver la cara de ambos, estaban en shock mirando en dirección a mi brazo así que yo también lo hice.

 

Maldición.

 

Donde Ian me apretó tenía sangre. De seguro la sangre traspasó las vendas y ahora rayas de sangre manchaban mi camisa blanca.

 

Maldito Ian.

 

- “¿¡Pero, qué rayos te pasó allí!?”—me preguntó una Catalina muy preocupada mientras caminaba hacia mí y rápidamente me tomó el brazo herido con delicadeza.

 

Sin embargo, su gesto dolió e instintivamente me alejé de ella.

 

- “Estás herida.”—ella comenzó a alterarse. Su estado contagió a Cristopher quien ya estaba llegando también a mí. –“Medit, llama a la enfermería.”—gritó para que la secretaria la escuchara.

- “Estoy bien, es solo un rasguño.”- me apuré a intervenir mientras Medit hacía acto de presencia preocupada por el tono en que su jefa la llamó.

- “¿Cómo te hiciste eso?”—me preguntó el director con tono alarmado.

-“Medit, lo que te ordené.”—le recordó Catalina haciendo que aquella saliera de su shock, dejara de mirarme y asintiera.

- “No llamarás a nadie.”—contradije a Catalina haciendo que me miraran a los ojos y no mi brazo. Aproveché y me puse la chaqueta de nuevo. –“No recuerdo con qué me lo hice, pero no es nada grave.”—alegué. –“Gracias por su atención, señor director.”—dije mi despedida caminando rápidamente hacia la salida. –“Me retiro.”—vi sus caras llenas de preocupación antes de salir de la habitación. –“Estaré bien.”—me compadecí de ellos diciendo lo suficientemente alto para que me escucharan y acto seguido me dirigí a mi habitación.

 

Luego de encerrarme en mi cuarto me puse a revisar en las bolsas de compras que Bold y Catalina habían dejado en mi cama. En una de las bolsas había juegos de mi uniforme escolar idénticos al que tenía.

 

En otra había ropa, que para que negarlo, muy bonita, a mi estilo. Ropa deportiva, cómoda, blusas manga largas, hasta leguis y medias pantis negras para combinar con el uniforme. También había más ropa en las siguientes bolsas, tenis, botas sin tacón, mocasines, zapatillas. En una cesta había productos para el cabello, para la piel, para las uñas. Golosinas también había.

 

Todo se me hizo raro. Yo me sentía rara.

 

Tratando de no prestarle mucha atención a lo que sentía, tomé una camisa blanca y me dirigí al baño para cambiarme la que tenía puesta y manchada de sangre. Realicé un rápido curetaje a mis heridas maltratadas, apliqué pomada para la cicatrización, y lo volví a vendar. A este paso, tendría que comprar más reserva de botiquín el fin de semana.

 

Luego de cambiarme, me dirigí hacia los casilleros para cambiar los útiles de Arte en mis manos por los que tocaban para la siguiente clase. Literatura. Pedí al cielo por que fuera igual de interesante que Arte. Cerré el casillero, suspiré profundo contando hasta 10 y me encaminé para la última clase del día.

 

Al entrar al aula, vi el mismo asiento desocupado que en la clase anterior y me encaminé hacia el mismo. Al parecer todos los estudiantes se sentaban en los mismos puestos. Supuse que era como una regla silenciosa entre estudiantes. Al escuchar entrar al grupo de los Populares, porque con todo el escándalo seguro eran ellos, decidí no dirigirles la mirada. Si no los miraba y me hundía en mi asiento hundiendo la cara en la mesa tenía muchas probabilidades de que se olvidaran de mi existencia.

 

El profesor de Literatura entró con muy buena vibra. Era un hombre entrando en sus 40, tenía buena forma, y una sonrisa contagiosa. Dejó todos sus papeles en su escritorio en frente de la clase, se dirigió al pizarrón detrás de su escritorio y escribió:

 

                                               Bienvenidos

 

-“Buenas tardes, chicos y chicas. Vamos a comenzar la última clase del primer día de clases con buena energía. Intentémoslo.”- dijo y chocó sus manos haciendo el sonido de un aplauso fuerte que alertó a la clase. - “Para los que no me conocen, este año seré su profesor de Literatura, mi nombre es Hard Trevor y veo una cara nueva por aquí.”- terminó poniendo la mirada en mí.

 

         Me sentí enrojecer y, por instinto, me enderecé en mi asiento levantando el mentón para que nadie se diera cuenta de mi pena. El profesor tomó la mayoría de los libros que había traído con él y me los acercó hasta depositarlos en mi mesa.

 

-“Bienvenida, señorita.”- me dirigió una sonrisa sincera y cálida.

-“Gracias, profesor Hard”- asentí un poco incómoda.

-“¿Desea presentarse ante la clase?”- me invitó.

         Agrandé mis ojos entrando en pánico. Negué con la cabeza automáticamente sin decir nada más.

Él se rio cómplice. - “Muy bien, entonces comencemos con la primera lectura.”-

 

         Miré los libros que había colocado en mi mesa y vi que eran aproximadamente 20 novelas de diferentes autores reconocidos a lo largo de la historia. Me fijé en todos para ver si había alguno que no haya leído aún pero fracasé. Todos ya los había leído.

 

- “No quiero romper sus expectativas, ni la imagen predecible que tienen de mí así que por ello comenzaremos con Romeo y Julieta de William Shakespeare.”- dijo con tono de humor. Claro que sí.

 

         Me reí por lo bajo. Muy predecible.

 

         Toda la clase se sumió en una lectura floja. Yo lo repasé todo rápidamente recordando algunos detalles que por el tiempo había olvidado. En lo personal, no me gustaba mucho que digamos esta novela. Shakespeare tiene tragedias mucho mejores. El tiempo pasaba sin novedades en la clase. Me gustaba. Se sentía un poco de paz con todos los estudiantes fingiendo leer la novela en silencio.

 

- “Chicos, ya para acabar, necesitaré que me redacten un ensayo sobre su punto de vista de la novela del día de hoy de mínimo 500 palabras. Para el lunes.”- puso de tarea.

 

         La clase suspiró con mal humor y yo estaba encantada. Mientras más tareas, menos tiempo para pensar en estupideces. Yo me apresuré en recoger los libros y sostenerlos con mi brazo no lastimado.

 

         Ay, eran demasiados.

 

         Al salir del salón, no veía muy bien por dónde andaba. Solo miraba hacia el suelo para no resbalarme o perder algún escalón en el camino. Y, mientras pensaba en ir a dejar los libros en el casillero y cuál sería el camino que tomaría, choqué con una pared, el golpe me hizo resbalar y caer al suelo sobre mi trasero esparciendo los libros alrededor del pasillo.

        

         Gemí de dolor y levanté la vista para asegurarme de que nadie había presenciado mi torpeza. Al mirar hacia atrás vi acercarse desde lejos al más moreno de los del grupo P. Y cuando estaba pensando que no podía ser peor, escucho unas risas que me hacen mirar hacia el frente para encontrarme a Tatiana con sus dos amigas rubias, una de las rubias estaba seria viendo venir al chico detrás de mí. Até cabos y me di cuenta de que estaban muy cerca y no había ninguna pared frente a mí.

        

         Maldición.

 

         Si algo era claro era que la culpable de haberme tropezado había sido Tatiana. ¿Pero qué le sucede a esta chica? Algo dentro de mí se estaba rompiendo y no aguantaría mucho tiempo en público. Tenía que correr a mi habitación.

 

- “¿Cuál es tu maldito problema?”- le dirigí la palabra mientras me levantaba. Por su mirada, me di cuenta de que se había fijado en mi cambio de color en los ojos. No dijo nada - “Mira, yo soy una chica tranquila. Si tú no te metes conmigo, yo ni me doy cuenta de que existes. Pero, todo el mundo tiene su límite, Tatiana.”- me acerqué más a ellas y ellas retrocedieron un paso. - “Voy a suprimir de mi memoria que esto pasó, pero, como me vuelvas a joder la existencia. Lo vas a pagar. Recuerda que soy la chica nueva, cariño. Tú no sabes quién soy yo. No tienes ni idea.”-

 

         Me esmeré en parecer aterradora y segura de mí misma. A Tatiana se le iban a salir los ojos de las órbitas al ver que yo no me subyugaba ante su maltrato. En un intento de parecer valiente, alzó el mentón y bufó antes de darse la vuelta e irse. Sus amigas la imitaron un segundo antes de que el moreno llegara a mi lado. Lo miré. Él estaba lanzando la mirada más reprobatoria que había visto hacia la rubia que supuse era su novia.

 

- “Si tú también has venido a molestar, te aviso que ya se me ha acabado la reserva de paciencia por el resto del año así que vete a la mierda.”- Le dije sin mirarlo. Dedicándome a recoger libro por libro del suelo.

 

         Él no respondió nada y solo se dispuso a acumular varios libros en una pila.

 

- “¿Qué estás haciendo?”- le grité.

- “Ayudándote, supongo.”- solo respondió. Como si fuéramos los mejores amigos. - “Discúlpalas, a veces pueden ser muy mimadas e inmaduras para su edad.”-

- “No necesito tu ayuda. Puedo sola.”- dije quitándole los libros que ya había apilado.

- “Lo sé, solo quiero ayudarte a llevar los libros a los casilleros.”- Tomó el resto de los libros del suelo rápidamente y comenzó a caminar, dejándome atrás.

 

         Bufé cansada y me apresuré a alcanzarlo. En el camino trató de conversar. Estaba enojada. ¿Trataba de burlarse de mí?

 

- “Soy Tomas Tortorella, por cierto.”-

- “No te pregunté, Tomas.”-

- “¿Y tú cómo te llamas?-

- “No te incumbe.”-

- “¿Eres canadiense? Tengo un amigo canadiense y tienes el mismo acento.”-

- “¿Por qué estás haciendo esto?”-

Se encogió de hombros. - “Me caes bien.”-

- “No te creo.”-

- “¿Por qué no? ¿Cuál es tu casillero?”-

- “El 50”-

- “Tu habitación es la última del pasillo. ¿Por qué?”- Ya estábamos en mi casillero.

 

         Puse mis libros en el suelo, tomé el resto de sus brazos con agresividad y los amontoné con el resto. No respondí.

 

- “Ya puedes irte. Gracias por ayudarme con los libros.”- Le dije mirando por el pasillo y me di cuenta de que algunos estudiantes nos miraban curiosos.

 

         La nueva con uno de los populares. Grandioso.

 

- “Nos vemos, chica nueva.”- Se despidió sonriéndome amistosamente y se fue caminando tranquilamente.

 

Mientras abría el casillero me temblaban las manos. No podía creerlo. Tomas siendo amable conmigo. Qué ridiculez pasaba en este internado. Luego de guardar los libros me dirigí lo más rápido que pude a mi habitación. Quería encerrarme y no salir más hasta mañana. Sentía que iba a explotar en llanto en cualquier momento.

 

Y así fue, al llegar a mi habitación, me invadieron las lágrimas. Por qué razón no podía ser la chica que todo el mundo ignoraba. Quería ser la chica de la clase a la que nadie reparaba. Que nadie me molestara. Que nadie se me acercara. Que nadie tratara de ayudarme. ¿Por qué era tan difícil?

 

El sonido de alguien golpeando mi puerta me sacó de mis pensamientos. Traté de limpiarme las lágrimas lo más rápido posible.

 

¿Ahora quién molestaba?

 

- “¿Quién es?”- pregunté.

- “Soy Catalina, vine a traerte lo que pediste.”- y su tono de voz era alegre como siempre.

 

Traté de prepararme para el sentimiento, pero, cuando abrí un poco la puerta me di cuenta de que había fallado.

- “Señorita Ligia”- sonó afligida al ver mi rostro. - “¿Qué ha pasado? ¿Los chicos te están molestando? ¿Cómo sigue tu brazo?”- entró como un torbellino.

 

         Yo me senté en la cama mientras lidiaba con el mal sentimiento y pensaba qué decirle. Si le contaba la verdad de lo sucedido podría jurar que no me dejaría en paz nunca. Ella se sentó con un libro y una laptop entre sus manos en un mueble cerca de la cama y esperó. Por su mirada sabía que no me dejaría en paz hasta que le respondiera.

 

- “Estoy bien, supongo que es solo el cambio. Me siento un poco… Abrumada.”- bueno, no era del todo mentira. - “Ya me acostumbraré, supongo.”- y suspiré teatralmente. - “Es que tanto lujo, tantas atenciones, las clases, las personas. Siento que todo esto me supera y no sé cómo comportarme.”- terminé.

- “Ay, Ligia.”- suspiró también. - “Me puedo imaginar lo que estás sintiendo. Tranquila. Sé que necesitas espacio. Solo quería verte y entregarte esto.”- Se levantó y puso sobre mi mesita de noche el libro que traía entre las manos. - “Son las normas de la institución que le pediste a Cristopher.”-

- “Gracias.”-

- “Me iré. Si no sabes cómo usar la laptop, allí te dejé el manual.”- Se comenzó a alejar. - “Y, Ligia.”- me llamó al abrir la puerta. - “Todo va a estar bien, te lo aseguro. Hoy me crucé con tus profesores de Arte y Literatura y me dijeron que tenías mucho potencial y que eres muy inteligente.”- sonrió y se fue.

 

         Me levanté y respiré profundo. Me encerré poniendo cerrojo a la puerta y decidí sacudirme los malos pensamientos con un baño bajo la tina. Luego de un largo rato en el baño decidí dejar respirar mis cortes, me coloqué cremas y pomada cicatrizante luego de desinfectarlos. Me puse unos pantis y una blusa de tiros negra. Pasé el resto de la tarde leyendo el manual de la laptop y redactando el ensayo de Literatura. Cuando ya el reloj marcaba las 7:30 pm me cambié a algo abrigado:





 Y me dirigí a la biblioteca para imprimir el ensayo, lo coloqué en una carpeta en mi casillero junto con la laptop y me dirigí a la cafetería para cenar. Me acerqué a la barra dedicándole mi mejor sonrisa al bueno de Max.

 

- “¿Me das permiso de prepararme unos cereales?”- le pedí suplicante cerrando un ojo y preparándome para que se negara.

- “Señorita, sabes que puedo prepararlo perfectamente, y me queda delicioso. ¿No te gustan los cereales que preparo?”- se quejó mientras me abría la puertecita y me invitaba a entrar.

Yo me reí por lo bajo. - “Me encanta, pero, me siento inútil. Tal vez podrías darme trabajo, podría ser tu aprendiz de chef. ¿Qué dices?”- apenas se me ocurrió la idea lo dije. Sería muy entretenido y así no tendría tanto tiempo de ocio. A parte de que ganaría mi propio dinero.

- “Por el momento, solo hazte tus cereales, señorita.”- No dijo que si, pero, tampoco dijo que no.

 

         Decidí guardar la conversación para mañana, ahora solo quería comer un poco e irme a mi habitación. Me preparé mis cereales y me senté en la barra del lado adentro para observar las mesas llenas de estudiantes. Max atendía a los que se acercaban y yo fingía observarlos, pero, en realidad pensaba en lo que me esperaba al quedarme aquí. En esta nueva vida.



- “¿Por qué me miras como si estuvieras tratando de desnudarme?”- Soltó el dueño de una voz familiar.

 

         Buscando al dueño de la voz, pestañeé para salir de mis pensamientos y me sorprendí al darme cuenta de que lo estaba mirando ya. ¿Cuánto tiempo estuve mirándolo?

 

- “En tus sueños.”- le respondí. Él se rio burlándose de mí.

- “Solo bromeaba.”- Me dijo mientras le recibía a Max un sandwich con una malteada. Luego dejó su cena en la barra frente a mí y se sentó. Al parecer quería comer allí. - “¿Eres hija de Max?”- Está bien. Ahora trataba de conversar de nuevo.

- “No.”- Podía responder a eso.

- “¿Es tu familiar, Max?”- le preguntó a él.

- “No, es una buena amiga, Tomas.”- Max estaba riendo igual que Tomas. Lo miré como si no entendiera nada.

- “Max no deja entrar a nadie a su cocina.”- señaló Tomas con la boca llena. - “A menos que confíe en esa persona.”-

- “Y por eso yo estoy aquí y tú estás allá.”- le señalé nuestros lugares y ellos se rieron de mi comentario odioso. No pude evitar que se me escapara una sonrisa. - “Y ahora los voy a privar de mi presencia.”- dije levantándome y me dirigí a Max, ignorando olímpicamente a Tomas. - “Que descanses, Max.”- Me llevé mi plato conmigo a dentro, lo lavé y lo acomodé donde iba. Luego me fui de la cafetería rumbo a mi habitación.

 

         Me encerré allí. Me cambié por un pijama y me dediqué a memorizar el libro de las normas de la institución hasta quedarme dormida cuando el reloj casi marcaba las 1