4.
Eran las 11:30
cuando me quedé dormida. Son las 3:30 y ya estoy despierta. Sin un poco de
sueño, acostumbrada a no dormir más de tres horas y este lugar había logrado
que durmiera una hora y media más.
Este lugar no es
tan malo después de todo.
Salí de la cama y
al tocar el suelo con mis pies descalzos sentí el frío traspasar mis huesos. El
frío había traspasado la alfombra de piel que rodeaba mi cama. Me moví hacia
una esquina del cuarto y le subí un poco a la calefacción dejándola en 25°C.
Al asomarme por
la ventana vi que estaba lo suficientemente oscuro como para salir a trotar así
que me dirigí al baño. Luego de desnudarme, me quité las vendas de los brazos y
no tenían tanta sangre. Eso era algo bueno. Hoy es viernes, y calculaba que
para el domingo no tendría los cortes abiertos. Me bañé sin mojarme el pelo y
curé de nuevo todos mis cortes.
Ardían y dolían
como el diablo, pero, era necesario si no quería que eso se infectara. Los
cortes de mis piernas ya se habían cerrado y estaban cicatrizando ya que hace
mucho que no me corto en las piernas. Ese pomo cicatrizante ha dado la talla y
si sigue así puede que dentro de varias semanas ni cicatrices se me vean. Pero,
no aseguro lo mismo de los cortes en mis brazos ya que mi piel es mucho más fina
allí y admito que la he maltratado demasiado hasta el punto de quedar casi
inservible.
Luego de aplicar
la pomada y una crema hidratante que encontré por todo el cuerpo, salgo hacia
el vestidor y me visto con un mono gris y una sudadera con los zapatos
deportivos que me compró Lee en Canadá.
Antes de salir de
mi habitación tomé mi abrigo y el plano del internado y, mientras caminaba por
el pasillo, el silencio era interrumpido por gemidos y gritos entrecortados,
pero no eran de dolor… eran de placer… seguidos de un: --“Oh…dame duro… así
Ian… Así… Más… Más… Más duro.”—mientras más caminaba por el pasillo, más claro
se escuchaba. Ahora se le unió un golpeteo constante contra el piso de madera.
Mi mente comenzó
a maquinar y uní todos los puntos, los chicos estaban teniendo sexo…
Me dieron nauseas
al instante y corrí escaleras abajo. Cuando me hallé fuera del edificio me
concentré en eliminar de mi mente esa escena, pero, era obvio que no iba a
poder hacerlo en un futuro instantáneo y menos cuando la voz de la chica
gimiendo se me asemejaba demasiado a la de la rubia #1.
Abrí el plano y
lo memoricé como pude mientras comenzaba caminando. El internado por fuera era
grandísimo y en el horizonte se veía como si hubieran derramado azúcar glasé
por todos lados. Alcancé a dar 7 vueltas trotando. Estaba cansada y había
logrado sudar un poco a pesar de que la temperatura estaba a casi 10°C.
Entro al edificio
de nuevo rogando porque los ruidos hayan parado en las habitaciones de las
chicas. Pero, como yo no era una chica suertuda, cuando iba pasando frente a la
habitación 20 sale de la habitación 23 el novio de la rubia #1 con los
pantalones sin abrochar y terminando de colocarse la camisa blanca.
Traté todo lo
posible por ignorarlo, pero, él no disimuló y cuando nos cruzamos se atravesó
en mi camino y lo encaré.
- “Tú no me viste.”—ordenó mirándome a
los ojos.
Estaba comenzando
a enojarme su tono así que mis ojos deberían ser un espectáculo para él en este
momento. Comienzan a tornarse amarillentos en el centro combinándose con el
azul haciendo que en el medio se vuelvan verdosos. Siempre me sucede cuando me
enojo y él está demasiado cerca para notarlo.
- “¿Y qué si lo hice?”—alegué disimulando
que no me di cuenta de que sus labios habían doblado su tamaño viéndose
ligeramente inflamados.
- “No querrás saber lo que te
pasará.”—dijo en tono severo.
Me estaba amenazando.
- “Lo dices como si debiera temerte y,
tal vez, deberías pensarlo muy bien antes de volver a utilizar ese tono conmigo
porque aquí el único que sale perdiendo eres tú, no yo. Así que cuida tus
palabras.”—yo también sabía amenazar. E imagino que si me ordena que olvide que
lo he visto aquí ahora es porque no debería estar haciendo lo que sea que
estuvo llevando a cabo.
- “Mira, niñita.”—soltó en un arranque de
ira y me tomó con su mano derecha del brazo derecho. Duele. Maldición. --“No me quieres tener como enemigo.”—apretó más
su agarre y dio un jalón soltándome bruscamente.
Quería gritar.
Quería llorar. Quería quejarme. Quería quejarme llorando y gritando, pero,
respiré profundamente y me enderecé.
- “Tranquilo que no te quiero como nada.
Solo aléjate de mí.”—le dije sacando valor de donde no tenía y lo empujé para
que se apartara de mi camino.
Casi que corrí
hasta mi habitación encerrándome con llave. No pude controlar mi llanto
mientras me desvestía y me quitaba las vendas de mi brazo derecho en el baño.
Lloraba y no sabía si era por lo que me dijo o por lo que me hizo porque
incluso a una persona sin cortes en los brazos le hubiera dolido su arrebato (y
eso que tenía puesto mi abrigo). Me lastimó mucho. En el brazo, casi llegando
al hombro, tenía sus manos marcadas en rojo vivo y algunas de los cortes que ya
se habían cerrado ahora sangraban.
Lloraba. Lloraba
mucho.
Me metí a la
ducha luego de desvestirme completamente. Dejé que el agua se llevara todo
rastro de sudor y sangre, las lágrimas seguían saliendo y mi brazo ardía
malditamente mucho. No dejé que se me mojara el cabello. Al salir de la ducha
vi las vendas llenas de sangre en el piso y las boté en la basura, destapé uno
de los 10 paquetes que quedaban en el botiquín de primeros auxilios y vendé mis
brazos luego de desinfectar las heridas y aplicar la pomada. Hice lo mismo con
mis piernas perdiendo la cuenta en 128 de las veces que había maldecido al tal
Ian.
Ya lista para
ponerme el uniforme me logré calmar dentro del vestidor. Me puse la ropa interior
que era un conjunto negro, luego el leguis negro, la camisa blanca de botones
que me quedaba perfectamente pegada al cuerpo, la corbata del mismo color de la
falda que como supuse me quedaba extremadamente corta, también unas medias
negras antes de las malditas botas y por último el chaleco/chaqueta negra.
Mientras me
soltaba la trenza observé frente a uno de los muchos espejos que había dentro
del vestidor cómo me caían las ondas definidas y brillantes. Entonces observe
que, aunque me enrulara el cabello, éste aún estaba más largo que mi falda. Y
ya estaba lista.
Un sonido
bastante alto de una campana me sorprendió liberándome de mis pensamientos, era
una especie de campana muy chillona. Salí del vestidor buscando de dónde
provenía el sonido, pero, al parecer venía de los altavoces, entonces se le
unió otro sonido malditamente duro que provenía del reloj despertador que
estaba en mi mesita de noche.
¿Y ahora cómo se apaga eso?
Tomé entre mis
manos el aparato y ninguno de los botones tenía nombre. Comenzaba a alterarme y
me iba a quedar sorda así que, mientras el primer sonido se detuvo, yo
desconecté el aparato logrando silenciarlo. Suspiré aliviada cuando lo volví a
conectar y no sonó de nuevo.
Así que a ésta hora se despiertan todos para
comenzar a arreglarse…
6:00 am.
En fin, hice mi
cama y acomodé un poco toda la habitación. La laptop que me habían dado
descansaba junto con los libros, no la había volteado a ver, hoy llegaría a
leer el manual de eso y del reloj, también el de la tarjeta de crédito…
definitivamente. No tenía nada que hacer así que decidí ir a la oficina del
director para hablar sobre que nadie debe saber que soy huérfana. Tomé el papel
de la combinación de mi casillero, mis llaves, el horario y el plano antes de
salir de la habitación y cerrarla con llave.
Acomodé todo en
los bolsillos de mi chaleco mientras caminaba por los desiertos pasillos
tratando de aprenderme de memoria todos los caminos del plano. Al llegar a la
sala de espera de la oficina del director no estaba la secretaria así que pasé
directamente y toqué dos veces la puerta del despacho del director.
- “¿Quién es?”—preguntó la voz del señor
Cristopher.
- “Soy Ligia Elena.”—respondí.
- “Oh, pasa, Ligia.”—invitó y abrí la
puerta cerrándola después de entrar.
En la escena
frente a mis ojos el director lee unos papeles en su escritorio con una taza de
café al lado y su esposa lee el periódico sentada en uno de los muebles que
están diagonal a la puerta ambos me miraban sonrientes mientras me volvía el
dolor al pecho y me costó hablar. Genial.
- “¿Cómo te sientes?”—me preguntó
Catalina.
Ligia, sé cortés.
- “Decepcionada de que mi cabello sea más
largo que mi falda.”—eso la hizo reír.
- “¿Qué te trae por aquí?”—me pregunta
Cristopher.
- “Disculpen la interrupción, pero,
quisiera aclarar unos puntos con ustedes.”—comienzo.
- “Adelante.”—incita Cristopher.
- “El tema de que soy huérfana solo lo
conocen ustedes, el señor Bold y la recepcionista y el punto es que quiero
mantener eso en secreto. No quiero que nadie más se entere y agradecería su
colaboración.”—expuse.
- “Claro que sí, no hay problema. Haré ya
una reunión con los profesores para que guarden discreción con respecto al tema.”—aceptó
Cristopher.
¡Wau! Creí que
sería más difícil.
Estos adultos son
algo extraños. Se supone que como personas normales debieron decir algo como ‘No es nuestro problema’ o ‘No te aseguramos nada’ ‘Lo tendremos en
cuenta’, pero, no un ‘Claro que sí,
no hay problema’.
Esto está mal, muy mal.
Esperen, ¿todos
los profesores lo saben?
- “¿Por qué todos los profesores lo
saben?”—
- “Ellos tienen acceso a todos los expedientes
de los alumnos, Ligia Elena. Además, eres la única estudiante nueva.”—explicó
Cristopher.
- “¿Y mi privacidad dónde queda?”—estaba
molesta.
- “Respetamos eso y lo único que podemos
hacer es ya no decirle a nadie más, hablaremos con los profesores para que no
digan nada.”—habló con un tono más fuerte Catalina. ¿Quién era ella?
- “Usted no me hable.”—muy bien. Eso
había sido muy grosero. –“Usted no es la directora, él lo es y yo estoy
hablando es con él.”—
- “Cálmese, señorita. Está siendo un poco
grosera.”—me regañó el director.
- “No te preocupes, querido. Puedo vivir
con eso.”—le dijo Catalina mirándome mientras se ponía de pie y caminaba hacia
mí. –“Solo dinos el motivo de tu petición. Estoy segura de que tenemos derecho
a saberlo.”— dijo con su mirada cristalizándose.
La miré con odio,
como si me hubiera hecho algo malo.
- “Es mi privacidad. No me da la gana de
que los demás tomen eso como motivo de burla, estuve observando cómo se
comportan los estudiantes de aquí y no me queda la menor duda. Aquí las
personas son tan egoístas que solo piensan en ellos y en nadie más, no les
importa quién carajos soy y por lo tanto no les afectaría saberlo.”—hice una
pausa. Ella ya había soltado las primeras lágrimas y ahora me miraba con
lástima. –“¿Le parece suficiente motivo, señora?”—
Y más odiaba que
las personas me miraran así.
- “¡Ligia Elena! Ya es
suficiente.”—escucho el regaño del director más cerca de lo que estaba hace un
minuto.
Al siguiente
segundo llegó al lado de su esposa y le puso la mano en el hombro.
- “Sé lo que intentan con tantas
atenciones…”—hablé para los dos. –“No quiero ser la hija ni de ustedes ni de
nadie.”—sentencié. –“Me retiro, con su permiso.”—
Y salí del
despacho con ellos mirándome con cara de ofendidos.
- “Es muy altanera.”—escuché hablar
enojado al director. Me quedé parada detrás de la puerta.
- “Entiéndela. Ha tenido una vida muy
dura.”—me defendió ella.
Caminé frustrada
como alma que lleva el diablo. La maldita tenía razón y la odiaba más por eso.
Ubiqué en el
plano los casilleros y me dirigí hacia allá. Al llegar al comienzo del pasillo,
un marco en la pared dividía este pasillo de los otros dos formando una cruz.
En el medio del marco colgaba un reloj redondo de aguja grande que marcaba las
6:30 am.
El número de mi
casillero era el mismo número de mi habitación: 50. Del lado derecho del
pasillo la pared era amarilla, del lado izquierdo la pared era verde aceituno,
supuse que los casilleros de los hombres eran todos los de la pared verde y los
casilleros de la pared amarilla eran los de las chicas. Los casilleros se veían
amplios pues medían alrededor de 2 metros y estaban pegados al suelo, lo que
quedaba de pared hasta el techo era amarillo en el caso de la pared de las
chicas. Introduje mi combinación de 4 números por medio del aparato redondo
pegado a mi casillero.
2 4 6 8
El casillero se
abrió y me quedé anonadada ante todo lo que había dentro. Catalina dijo que mis
cuadernos y útiles estarían allí, pero, no pensé que la generalización de los
materiales fuera tan amplia. Abrí mi horario y por la parte de atrás de la hoja
estaba la lista de lo que necesitaría para cada materia.
- “Atención,
estudiantes.”—Habló una voz desde los parlantes que supongo se escuchan por todo el
instituto. –“La primera clase de la
mañana ha sido suspendida. Motivo: Los profesores tienen una reunión muy
importante con el director.”—Terminó de decir y cortó el ruido. Era la voz
de la recepcionista. Medit.
Perfecto, primera
clase suspendida y sé el por qué. Segunda clase: Arte. Antes de la clase de
arte: tiempo para desayunar. Aún no había más nadie que yo en el pasillo. Cosas
que debo llevar: Un cuaderno, lápiz, borrador, sacapuntas, block de dibujo,
colores, caja de lápices especiales para dibujar.
Tomé una cartuchera
grande que estaba dentro del casillero, estaba aún dentro de su bolsa con el
precio, me gustaba porque era negra. Metí todos los creyones de colores
sacándolos de su caja también, también metí el resto de los útiles junto con
los lápices para dibujar. Tomé un cuaderno al azar y un block. Lo sostuve todo
en un brazo, dolía un poco, pero, era soportable, cerré el casillero y con el
plano me guie a la cafetería.
Estaba sola
también.
- “Querida dama. Buenos días.”—me saludó
Max como tenía acostumbrado.
- “Buenos días.”—le sonreí sentándome en
uno de los bancos.
- “Desde hoy trabajaré con
menú.”—comentó.
- “No te preocupes, solo quiero un té
para relajarme y pan tostado.”—le dije viendo que eso estaba en el menú de la
cartelera.
Frunció el ceño. –“Eso no es un desayuno
adecuado, madame.”—alegó.
- “No es mi desayuno, vendré más tarde a
desayunar. Solo quiero comer eso.”—mentí.
Él asintió
creyéndome y 5 minutos después ya tenía el desayuno frente a mí.
- “Unta esta mermelada en el pan. Te encantará.”—me
dijo poniéndome a un lado un frasco.
- “Gracias.”—le dije.
Él se fue a la
cocina, supongo que estaba ocupado. Comí lo más rápido posible. La mermelada
era de piña y estaba muy dulce, quizás no la vuelva a comer tan temprano en la
mañana, pero me había encantado. El té no lo dejé enfriarse, era de manzanilla
y me sentó bien en el estómago. Sentía cómo rápidamente el enojo se salía de
mí.
- “Es uno de los desayunos más ricos que
he comido.”—le digo agradeciendo cuando terminé.
- “A la orden.”—él habló desde detrás de
la puerta.
Sonreí mientras
volvía a agarrar mis cosas en mis brazos y me levanté del banco. Mientras
atravesaba las puertas dobles de la cafetería vi a lo lejos caminar a 5 chicos
y 5 chicas que hablaban entre ellos y ya yo me estaba especializando en
reconocer esos cuerpos en cualquier lado.
Bufé estresada.
No estaba de humor para cruzarme con ellos. Miré a los lados y vi un pasillo a
mi derecha que guiaba a una puerta al final. Corrí con cuidado de no caerme con
estos tacones, al llegar a ésta la abrí y la cerré después de entrar. Ellos no
habían alcanzado a verme y ahora yo me encontraba dentro de la lavandería.
Montones de
máquinas blancas estaban organizadas en columnas y más máquinas blancas pero
diferentes estaban encima de éstas. Había una columna pegada a cada pared de
los lados y dos columnas en el medio del lugar dejando tres caminos por los
cuales pasar.
Para mí era
frustrante no tener nada que hacer, si no estaba ocupada en algo siempre
terminaba cortándome así que decidí acercarme al escritorio de la que parecía
ser la recepcionista o la administradora de esta parte y ella me explicó que
las máquinas lavaban y secaban solas y, según mi horario, todavía faltaban dos
horas y media para entrar a clase de Arte así que tenía tiempo suficiente para
lavar lo que tenía sucio.
Se me fue media
hora en ir y volver de mi habitación. Tampoco es que era mucha ropa, pero, no
podía permitir que otra persona lavara mi ropa y las toallas manchadas de
sangre. Las había metido en una bolsa negra y, aunque ya se comenzaban a ver
estudiantes por los pasillos, no me crucé con el grupo de los populares.
Durante una hora
estuve muerta de aburrimiento paseando por toda la lavandería. Se me habían
quedado mis útiles en la habitación, pero, no iría solo a buscarlos para tener
que ir de nuevo cuando estuviera la ropa lista. Cuando la ropa estuvo lista la
doblé, estaba calientica, la metí en la bolsa e inicié mi caminata de nuevo.
Estaba comenzando a volverse cansón tener que caminar mucho para todo.
Todavía faltaba
una hora para entrar a clases así que me senté cerca de la ventana luego de
organizar lo que había lavado y me puse a memorizar el plano para ya no tener
que estar cargando con eso a todos lados, cuando ya estaba segura de que no me
perdería todavía faltaba media hora y tocaron la puerta. Me levanté guardando
el plano en la mesita de noche.
- “¿Quién es?”—pregunté.
- “Soy Catalina.”—Dijo demasiado tarde su
nombre, ya yo había comenzado a abrir la puerta.
Quizás si lo
hubiera dicho antes, no la hubiera abierto.
- “¿Qué quiere?”—le pregunté mirándola.
Llevaba en una de
sus manos un abrigo gris y una cartera del mismo color. Tal vez saldría. Y en
su otra mano llevaba una bolsa rosada de un material duro. Tal vez iba
llegando. No quería que ella estuviera aquí.
- “¿Puedo pasar?”—Y encima tenía una
sonrisa de lado a lado.
La respuesta era obvia. –“No.”—
Ella entró, sin
embargo, levándome por delante. Bold, el señor que me había ido a buscar al
aeropuerto, estaba detrás de ella y cargaba muchas bolsas verdes encima de una
cesta tejida de madera llena de productos y envuelta en una bolsa de regalo
transparente con un moño grande.
¿Qué coño es toda
esta mierda y porqué la están poniendo toda en mi cama?
- “¿Qué hace usted aquí? ¿Por qué entró
sin permiso? ¿Qué son todas estas cosas?”—Tenía muchas preguntas.
- “Vine a disculparme en nombre de mi
esposo. Pedí permiso. Son tuyas.”—respondió a todas en orden.
Negué con la cabeza. –“Ahórrese sus
disculpas. No la dejé entrar. Puede llevarse sus regalos a otro lado.”—le dije
fríamente arruinando su sonrisa.
Bold solo estaba
parado guardando silencio.
- “Sé que no, pero, quería entregarte
esto como signo de disculpa por lo de esta mañana. También hay cosas que se
supone debieron llegar ayer, pero, hubo inconvenientes.”—dijo apenada.
- “¿Intenta comprarme con cosas
caras?”—pregunté indignada.
Bufó. –“No lo veas de esa forma,
Ligia.”—dijo acercándose a mí.
¿Estaba
tuteándome?
- “¿En qué momento le di la confianza
suficiente para que me tutee? Aléjese de mí.”—le dije poniendo mis manos al
frente. Se detuvo mirando al suelo.
- “Bold, retírate por favor.”—ordenó ella
y él obedeció cerrando la puerta detrás de él.
- “También intento saber por qué estás
siempre a la defensiva conmigo.”—comenta ella.
No tenía ninguna
intención de mentirle. –“Siento odio hacia usted.”—Y sé que sonó cruel.
Ella iba a
comenzar a llorar y vi que se estremeció como si mis palabras la hubieran
golpeado literalmente.
- “¿Qué hice yo para merecerlo?”—preguntó
entrecortadamente.
- “Nada, aún.”—dije en un susurro. –“¿Qué
con usted? ¿Cuál es su problema? ¿Por qué siempre está tan al pendiente de
mí?”—pregunté yo.
Esta señora tenía
un efecto en mí que me tranquilizaba hasta el punto de no querer respirar y, al
mismo tiempo, me aceleraba como si el corazón me gritara algo que no puedo
escuchar.
Después de unos largos segundos habló.
–“Cristopher me habló de ti cuando le llamaron de Canadá para avisarle. Desde
ese momento sentí algo en el pecho…”—hizo una pausa, sus ojos me decían que
había algo que no me quería decir. –“Y mi corazón se apiadó de ti, Ligia
Elena.”—pronunció mi nombre como si me estuviera implorando algo.
No lo soportaba
más. Quería estar sola.
- “Eso se llama lástima, señora. Y no
necesito la suya ni la de nadie.”—le di la espalda caminando hacia la puerta.
–“Váyase, no quiero hablar más.”—Le sostuve la puerta abierta con la mirada
hacia el pasillo.
Había chicas
caminando por allí, pero ninguna se volteaba en nuestra dirección.
- “Estoy segura de que no es lástima,
pero te entiendo.”—dijo detrás de mí. –“Debes saber que cuentas conmigo para
todo.”—repitió lo que me dijo el día de ayer.
Esperé a que
estuviera lo suficientemente fuera de la habitación para cerrar la puerta.
Había muchas cosas que yo no podía controlar y una de ellas era lo que decía.
Mi gran defecto era que podía llegar a ser tan imprudente en algunos momentos
porque ni siquiera podía controlar lo que salía de mi boca. Incluso había
momentos en que yo creía que no estaba diciendo lo que pensaba.
Me recosté a la
pared con mi brazo derecho y al instante un dolor me recorrió todo el brazo.
Seguro ya debe estarse formando un moretón donde el tal Ian me apretó esta
mañana. Miré la hora. 9:20. Ya faltaba poco para que la clase comenzara.
Rápidamente fui al baño y me lavé la cara, revisé mi cabello que estaba intacto
y luego tomé mis cuadernos. Salí de la habitación trancándola con llave y me
dirigí al salón de Arte. Me había hecho una imagen mental del plano y el salón
se ubicaba en el primer edificio, segundo piso.
Sentía a la
suerte de mi lado porque no me había cruzado al grupo de los populares
insoportables y espero que siga así todo el año. Llegué a la puerta y había
unas letras arriba de ésta que marcaban ‘Salón de Arte’.
Al parecer era la
última en llegar pues todos los estudiantes sentados en las mesas ubicadas a la
derecha se me quedaron mirando. Aún no había llegado el profesor y eso era un
gran alivio. Ignorando todas las miradas me dispuse a buscar una mesa
desocupada cuando mi sueño se vino abajo. En las mesas de atrás estaban en una
esquina sentados cerca el grupo de los populares insoportables. Y me miraban.
Las tres rubias me miraban asesinamente junto con dos chicas de cabello castaño
que se habían unido al grupo y los cinco chicos me miraban sorprendidos de pies
a cabeza.
Localicé una mesa
en la primera fila, justo en la esquina contraria a la de ellos. No dudé en
caminar hacia allá pues era la que estaba más alejada.
Yo sabía que no
era una chica suertuda. Pero, de allí a tener clases con ellos… ¿Qué es eso?
Esto tenía que ser una conspiración cósmica o mi Karma pasándome factura de mi
vida anterior. O… seguro que me he equivocado de salón, sí, eso es. Tiene que
ser eso.
-“Muy buenos días alumnos.”—mis
pensamientos fueron interrumpidos por el profesor, quien entró algo apurado por
su retraso. –“Seré su profesor de artes.”—se comenzó a presentar mientras ocupaba
su lugar en el escritorio ubicado frente a toda la clase y delante de una
pizarra acrílica. –“Mi nombre es Brayne.”—siguió mirando a todos lados y
deteniéndose en mí. –“Veo caras nuevas por aquí.”—ahora caminaba en mi
dirección.
Trágame tierra.
- “Bienvenida, señorita.”—me sonrió
amablemente. Como todos los adultos de este lugar. Y puso un libro en mi mesa.
–“Bien, comencemos la clase del día de hoy.”—y los demás bufaron ante eso.
–“Abran sus libros en la página 5 y tomen nota.”—indicó y obedecí. Hojeé la
página y ya yo había leído sobre eso antes.
Una cosa buena de
sentarse aquí era que había quedado al lado de la ventana, me permitía mirar el
paisaje de árboles y ver cómo la nieve caía mientras me perdía en mis
pensamientos.
- “Señorita ¿Me está prestando
atención?”—preguntó el profesor.
De pronto estaba
frente a mí y mirándome.
- “Sí, sí.”—asentí mintiendo.
- “¿Por qué entonces no está tomando
nota?”—me preguntó señalando hacia mi cuaderno en blanco.
- “Las notas son para los que se les
olvida lo que se está explicando. Puedo sin ellas, tengo una capacidad
retentiva amplia y rápida.”—expliqué hablando bajo para que solo me escuchara
él.
Él me frunció el
ceño. —“Entonces, según lo que me ha escuchado ¿Qué me dice sobre el arte?”—me
pregunta. Claramente cree que me burlo de él.
Cierro el libro y
el cuaderno, afinco mis codos sobre la mesa y asiento.
- “El arte es entendido generalmente como
cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad
estética o comunicativa mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en
general, una versión del mundo mediante diversos…”—Y me interrumpió.
- “Ok, ya entendí.”—me creyó ahora. –“¿Tú
entendiste, Tatiana?”—le preguntó a una chica de atrás.
Seguí su mirada y
al parecer se trataba de la rubia #1 porque ella dejó de mirar sus uñas para
mirar al profesor.
- “Ni una palabra.”—dijo en un tono
totalmente desinteresado.
- “Un bebé entiende más que tú.”—susurré
para mí misma hundiéndome en mi asiento y mirando de nuevo por la ventana.
Al parecer no fue
tan bajo mi tono porque todos en la clase comenzaron a reír por lo bajo, hasta
el profesor.
- “¿Disculpa?”—exclamó.
Carajo…
- “Oh, no te disculpes por nada, no es tu
culpa tener el cerebro de un pez.”—Ligia,
cierra la boca. —“Estoy segura de que escuchaste y sin embargo no sé por
qué te disculpas. Tal vez si prestaras un poco de atención hubieras entendido
la cuarta parte de lo que dije.”—
A eso me refería
cuando digo que no me controlo al hablar.
- “¡Profesor!”—gritó ella. Él movió los
hombros de arriba abajo.
- “En parte ella tiene razón,
Tatiana.”—le dijo él y ella ahogó un grito. –“Bueno, si nadie más tiene más
nada que decir procedamos con el dibujo de hoy. Quiero que trabajen en lo que
ustedes quieran, pero, con el lápiz de carbón. Hagan sombras, señores.”—indicó.
Todo el mundo
procedió a abrir sus blocks y puso manos a la obra. No sabía qué hacer así que
comencé con rayas al azar. Pensé que comenzaba a parecerse a un ojo así que en
eso me centré. Cuando iba por el iris hice el punto negro más grande de lo
común. Como el ojo de una persona enamorada. Y luego aparecieron unas manos
alrededor del iris. Cuando ya tuve terminada la idea procedí a perfeccionarlo y
agregarle las sombras.
- “¿Cómo va, señorita?”—me preguntó el
profesor.
Detuve el lápiz y
lo miré, entonces él tomó en sus manos mi block y observó el dibujo.
- “Iba bien hasta que usted interrumpió
mi concentración y arruinó mi inspiración.”—contesté. No me gustaba que me
interrumpieran cuando estaba haciendo lo que más me gustaba hacer.
- “Se ve bien.”—dijo ignorando mi
comentario y devolviéndome el block. Se estaba acercando más de lo prudente.
–“Estuvo bien lo que le dijo a Tatiana, nadie nunca la había enfrentado. A
veces necesita que le pongan los pies sobre la tierra.”—susurró y se alejó a
ver los blocks de los demás estudiantes.
Hubiera querido
que eso calificara como coqueteo, pero, no. Solo estaba siendo amigable con la
alumna nueva. Y eso era una lástima considerando que es simpático y no le
calculo más de 25 años.
Solo soñaba,
nadie coquetearía conmigo. Por favor.
Mientras
terminaba mi dibujo supe que esas eran mis manos, las que sostenían el iris del
ojo. Y todo el mundo tiene los ojos diferentes… ¿Por qué rayos había dibujado los ojos del tal Ian?
Mientras pensaba
en ello, recogí mis cosas y me acerqué al escritorio del profesor para que
corrigiera mi dibujo. El reloj arriba de la pizarra marcaba las 11:00.
- “Muy bien…”—exclamó sorprendido. –“Es
fantástico, señorita.”—sonrió. No pude evitar sonreír orgullosa. –“No le falta
ninguna sombra… ¿Qué quiso expresar con este dibujo?”—
Que quisiera saber los secretos que esconde él detrás de sus ojos.
Piensa, Ligia. Piensa.
- “En una mirada se esconden muchos
secretos, pero, para descubrirlos hay que saber observar. Las manos no pueden
tocar algo que no es real, pero, los ojos nunca mienten. La gente ve, pero no
observa, por eso es que las personas mienten.”—expliqué lo mejor que pude.
- “Muy inspirador.”—él me miraba
pensativamente.
- “Gracias, profesor.”— le dije mientras
firmaba en una esquina del dibujo y ponía un 10 con su bolígrafo.
- “Ya puedes retirarte si quieres.”—me
informó entregándome el block.
- “Profesor.”—llamó su atención Tatiana.
- “¿Puedo ir al baño?”—pidió y la miré moviendo las piernas como si estuviera
aguantando las ganas.
- “Vaya rápido.”—aceptó el profesor
mientras yo salía del salón y ella se apuró a salir detrás de mí.
- “Oye, tú. Zorra.”—era obvio que hablaba
conmigo. No había nadie más por el pasillo.
Me giré
desinteresadamente y la miré. Nos separaban unos cuantos pasos.
- “¿Qué quieres ahora?”—le pregunté.
- “Aléjate del profesor.”—me ordenó
caminando hacia mí señalándome con su dedo índice. –“Él es mío.”—
Yo no pude evitar
reír. Era lo más gracioso que había escuchado en el día.
- “Pero, ya tienes al chico con el que te
la mantienes ¿Cuál es su nombre?... Ah sí, Ian. No puedes tenerlos a los
dos.”—fingí quejarme. Estaba disfrutando su cara que se comenzaba a poner roja.
- “Claro que sí.”—pronunció indignada.
–“Puedo tener a cualquier hombre del internado que se me apetezca.”—hizo una
pausa. –“Tú te le estás insinuando, vi cómo batías tu cabello cuando él pasaba
por tu mesa, vi cómo le sonreías.”—
- “Yo no hice nada.”—Esto es ridículo.
–“Aquí la única zorra eres tú”—me defendí. Ella amagó de cachetearme, pero,
atajé su mano en el aire y alcancé a enterrarle un poco las uñas.
- “No sabes con quién te estás metiendo.
¿Cómo te atreves a insultarme?”—preguntó claramente ofendida.
- “Sé perfectamente la clase de persona
que eres, Tatiana.”—dije soltándole la mano cuando vi su cara de dolor. –“Y es
la verdad. Aquí no soy yo la que tiene los botones de su camisa abiertos para
que se le vea el sostén, ni su falda por encima de sus muslos. Aquí la zorra no
soy yo.”—le dije defendiéndome.
Ella me miró en
silencio. Yo supuse que no había más qué decir y me di la vuelta comenzando a
caminar.
- “Claro que no. Aquí tú eres la nerd que
hace que nuestro uniforme se vea nerd y horrible.”—dijo y yo seguí caminando
fingiendo ignorarla mientras que cada una de sus palabras me hería.
Caminé a mi
casillero y guardé las cosas. Luego me dirigí a la cafetería.
- “Hola, señorita. Llega antes, como
siempre.”—me saludó Max.
- “¿Qué tiene de malo mi uniforme,
Max?”—pregunté mientras me daba una vuelta en mi lugar.
- “Los pantalones le dan un toque muy
original.”—dijo encogiéndose de brazos sin saber qué decir.
En eso se me
ocurrió una idea.
- “Estaba pensando en convencerte de que
me dejes usar tu cocina, verás, yo era la única que sabe cocinar de dónde
vengo, y lo extraño mucho…”—no sabía qué más decir.
- “Pues con gusto… En las normas no dice
que un estudiante no debe cocinar.”—aceptó.
Él también estuvo
fácil. Se supone que tenía que rogarle más. ¿Será que tenía el poder de
convencer fácil a los adultos de aquí o cuál es su problema? ¿Por qué no
funcionaba con los empleados del orfanato?
Me abrió la
puerta que separa la gaceta del resto de la cafetería y ahora estaba del lado
adentro del mesón. Luego me condujo por dentro de las puertas dobles y ahora
estaba en la espaciosa cocina. Todo estaba reluciente de limpio, había varias
hileras de mesón con utensilios y máquinas para cocinar, todo era blanco y el
espacio se me asemejó al de la lavandería.
- “Las reglas son solo dos: Uno,
utensilio que se utilice, utensilio que se lava y no cambiar nada de su puesto
original que después no lo encuentro.”—me informó sonriente.
Luego de observar
detalladamente todo me puse a preparar mi almuerzo. 20 minutos después tenía
lista una limonada y una ensalada de espinaca con pepino acompañada con arroz.
Comí tranquilamente allí con Max contándome anécdotas con las recetas y algunos
de sus secretos culinarios.
Cuando sonó la
campana que indicaba que era hora de almorzar esa era mi señal para irme antes
de que la cafetería se llenara de estudiantes. Lavé todo lo que había
ensuciado, lo sequé y lo puse en su lugar. Me despedí de Max y me preparé para
caminar rápidamente.
Sin embargo, no
fue suficiente. Mientras salía de la cafetería y caminaba por el pasillo
mirando al suelo para evitar las miradas de los que pasaban por mi lado en
dirección contraria. Sentir que te miran es más tolerable que ver cómo todo el
mundo te mira. De vez en cuando subía la mirada para cuidarme de no tropezar a
nadie y en una de esas vi a cinco chicos acercarse, cinco chicos que no me
agradaban para nada. Ya era demasiado tarde para escaparme a la lavandería. Ya
me habían visto.
- “Miren a quién tenemos aquí… El
cerebrito de arte.”—dijo Ian y, como si hubiera sido un chiste, los otros
cuatro se rieron.
Caminaba pegada a
la pared y no les costó mucho acorralarme. Yo lo miraba solo a él. No podía
saber cuándo mis ojos comenzaban a cambiar de color a ciencia cierta, pero,
mientras él me miraba a los ojos supe, por cómo cambió su mirada, que ya
demostraba lo furiosa que estaba, luego él se repuso dejando de mirarme
rápidamente.
Nunca he golpeado
a nadie, pero, eso no quiere decir que no sepa defenderme. Tampoco sabía si
golpeaba duro, pero, tenía el presentimiento que ya lo averiguaría.
- “¿Qué te traes entre manos?”—me
preguntó el de rulos hablando lentamente. Lo miré y él estaba concentrado en
mis ojos.
En eso Ian me
tomó del brazo izquierdo fuertemente pegándolo más contra la pared. Me quejé
con un gritico involuntario, pero, ya la mayoría de los estudiantes había
llegado a la cafetería y el pasillo estaba quedándose solo.
- “Tatiana nos contó lo que le hiciste,
perra.”—me dijo Ian apretando los dientes.
- “Depende de qué te haya dicho que le
hice.”—le dije entrecortadamente.
Su agarre dolía.
Dolía más que esta mañana. Este chico tiene fuerza.
- “No te hagas la mosquita muerta si no
quieres que le llame a mi padre para que hable con los tuyos.”—me retó
apretando más y solté otro gemido.
- “Hermano suéltala, la estás
lastimando.”—le pidió el chico menos blanco de los cinco. Al parecer era el único
en darse cuenta de mis quejas, los otros solo me miraban hipnotizados.
Sin embargo, Ian
lo ignoró. Maldito.
- “No sabía que Tatiana no se sabe
defender, pero, yo sí.”—hice un gran esfuerzo porque mi voz no sonara herida.
–“Y tú no quieres que mi padre vea los moretones de mis brazos. ¿Verdad?”—dije
irónicamente y al instante aflojó su agarre.
- “¿Moretones en sus brazos? ¿De qué
habla, Ian?”—le preguntó el chico de ojos marrones frunciendo las cejas.
- “Aléjate de mí porque no te tengo
miedo.”—le dije a Ian haciendo que volviera a mirarme a los ojos y seguidamente
subí mi rodilla izquierda estrellándola contra su ingle con todas mis fuerzas.
Me liberó al
instante retorciéndose del dolor. Se la dejé pasar la primera vez, pero con
esto, esperaba que le quedara claro lo de no volver a tocarme.
- “Maldita perra.”—me gritaba una y otra
vez.
- “¿Qué…?”—dijeron sus amigos mirando la
escena con los ojos como platos.
- “Si me vuelven a tocar alguna vez, los
castro a cada uno de ustedes.”—les dije y ellos retrocedieron dejándome el
camino libre.
Me dirigí a la
oficina del director ignorando el dolor en mi brazo y pensando en las normas
que Max había nombrado hace rato. La secretaria seguramente estaba comiendo
porque no estaba en su escritorio. Toqué dos veces la puerta del despacho.
- “Pase adelante.”—escuché decir al
director.
Entré.
- “Buenas tardes.”—saludé. –“Quería
disculparme por lo de esta mañana, fui muy grosera.”—dije tratando de sonreír.
Cristopher estaba
sentado en su escritorio y la secretaria en una silla frente a éste revisando
unos papeles. Su esposa no estaba y eso me puso de mejor humor.
- “Bueno, Medit, redacta esto y se lo
envías al senador.”—le habló. Ella asintió, recogió los papeles y se levantó
para salir. Cuando me pasó por el lado me sonrió en forma de saludo. El
director me ofreció una silla frente a su escritorio sonriéndome. –“Dejemos eso
atrás ¿Qué te parece?”—me preguntó mientras me sentaba.
- “Perfecto.”—asentí.
Guardamos
silencio por un instante en el que solo nos observábamos el uno al otro, como
si tratáramos de descubrir lo que el otro pensaba.
- “¿Algo más?”—habló por fin.
Se dispuso a
quitarse los lentes mientras yo pensaba en mis siguientes palabras. Aún no
entendía por qué él y su esposa eran tan amables conmigo y por qué se me hacía
más cómodo y fácil hablar con él que con ella.
- “Señor Cristopher… Quería saber si usted
tiene un manual de convivencia o un libro de reglamentos de la institución.”— A
medida que hablaba él me miraba más atentamente. –“Y si no sería mucha molestia
que me facilite una copia, claro, si no es mucho pedir.”—terminé.
- “No, claro que no es ninguna
molestia.”—habló eufórico. –“Te la haré llegar cuanto antes.”—Debería
acostumbrarme a conseguir las cosas fáciles en este lugar. –“Nunca antes
ninguno de nuestros estudiantes nos había pedido las normas.”—expuso.
Busqué una excusa
rápidamente. –“Es que me sentiría más a gusto sí sé qué cosas debería hacer y
qué no debería.”—Me removí en mi asiento y él asintió comprendiendo.
Me comenzaba a
sentir contenta mientras me paraba para despedirme. Había comenzado a
transpirar desde el incidente anterior con los chicos populares y la
calefacción de este lugar no me ayudaba así que ya estaba comenzando a sudar.
Acto seguido la
puerta detrás del escritorio del director se abrió y Catalina hizo acto de
presencia sosteniendo una bandeja con comida. El dolor en mi pecho me invadió
de nuevo y mi hiperventilación aumentó de golpe y quería desvestirme cuanto
antes.
- “Aquí está tu almuerzo, querido.”—le
decía al director acercándose a nosotros. Entonces quitó la mirada de la
bandeja y nuestros ojos se encontraron. –“¡Oh, señorita! ¿Qué la trae por
acá?”—me habló mientras ponía la bandeja en el escritorio del director con una
gran sonrisa.
- “Justo ya me iba.”—No lo soportaba más
así que me deshice rápidamente de mi chaqueta.
Me extrañó no
escucharle decir nada que me enojara y la miré para cerciorarme de que no se
haya puesto a llorar ya. Y pues, me sorprendió mucho ver la cara de ambos,
estaban en shock mirando en dirección a mi brazo así que yo también lo hice.
Maldición.
Donde Ian me
apretó tenía sangre. De seguro la sangre traspasó las vendas y ahora rayas de
sangre manchaban mi camisa blanca.
Maldito Ian.
- “¿¡Pero, qué rayos te pasó allí!?”—me
preguntó una Catalina muy preocupada mientras caminaba hacia mí y rápidamente
me tomó el brazo herido con delicadeza.
Sin embargo, su
gesto dolió e instintivamente me alejé de ella.
- “Estás herida.”—ella comenzó a
alterarse. Su estado contagió a Cristopher quien ya estaba llegando también a
mí. –“Medit, llama a la enfermería.”—gritó para que la secretaria la escuchara.
- “Estoy bien, es solo un rasguño.”- me
apuré a intervenir mientras Medit hacía acto de presencia preocupada por el
tono en que su jefa la llamó.
- “¿Cómo te hiciste eso?”—me preguntó el
director con tono alarmado.
-“Medit, lo que te ordené.”—le recordó
Catalina haciendo que aquella saliera de su shock, dejara de mirarme y
asintiera.
- “No llamarás a nadie.”—contradije a
Catalina haciendo que me miraran a los ojos y no mi brazo. Aproveché y me puse
la chaqueta de nuevo. –“No recuerdo con qué me lo hice, pero no es nada
grave.”—alegué. –“Gracias por su atención, señor director.”—dije mi despedida
caminando rápidamente hacia la salida. –“Me retiro.”—vi sus caras llenas de
preocupación antes de salir de la habitación. –“Estaré bien.”—me compadecí de
ellos diciendo lo suficientemente alto para que me escucharan y acto seguido me
dirigí a mi habitación.
Luego de
encerrarme en mi cuarto me puse a revisar en las bolsas de compras que Bold y
Catalina habían dejado en mi cama. En una de las bolsas había juegos de mi
uniforme escolar idénticos al que tenía.
En otra había
ropa, que para que negarlo, muy bonita, a mi estilo. Ropa deportiva, cómoda,
blusas manga largas, hasta leguis y medias pantis negras para combinar con el
uniforme. También había más ropa en las siguientes bolsas, tenis, botas sin
tacón, mocasines, zapatillas. En una cesta había productos para el cabello,
para la piel, para las uñas. Golosinas también había.
Todo se me hizo
raro. Yo me sentía rara.
Tratando de no
prestarle mucha atención a lo que sentía, tomé una camisa blanca y me dirigí al
baño para cambiarme la que tenía puesta y manchada de sangre. Realicé un rápido
curetaje a mis heridas maltratadas, apliqué pomada para la cicatrización, y lo volví
a vendar. A este paso, tendría que comprar más reserva de botiquín el fin de
semana.
Luego de
cambiarme, me dirigí hacia los casilleros para cambiar los útiles de Arte en
mis manos por los que tocaban para la siguiente clase. Literatura. Pedí al
cielo por que fuera igual de interesante que Arte. Cerré el casillero, suspiré
profundo contando hasta 10 y me encaminé para la última clase del día.
Al entrar al
aula, vi el mismo asiento desocupado que en la clase anterior y me encaminé
hacia el mismo. Al parecer todos los estudiantes se sentaban en los mismos
puestos. Supuse que era como una regla silenciosa entre estudiantes. Al
escuchar entrar al grupo de los Populares, porque con todo el escándalo seguro
eran ellos, decidí no dirigirles la mirada. Si no los miraba y me hundía en mi
asiento hundiendo la cara en la mesa tenía muchas probabilidades de que se
olvidaran de mi existencia.
El profesor de
Literatura entró con muy buena vibra. Era un hombre entrando en sus 40, tenía
buena forma, y una sonrisa contagiosa. Dejó todos sus papeles en su escritorio
en frente de la clase, se dirigió al pizarrón detrás de su escritorio y
escribió:
Bienvenidos
-“Buenas tardes, chicos y chicas. Vamos a
comenzar la última clase del primer día de clases con buena energía.
Intentémoslo.”- dijo y chocó sus manos haciendo el sonido de un aplauso fuerte
que alertó a la clase. - “Para los que no me conocen, este año seré su profesor
de Literatura, mi nombre es Hard Trevor y veo una cara nueva por aquí.”-
terminó poniendo la mirada en mí.
Me
sentí enrojecer y, por instinto, me enderecé en mi asiento levantando el mentón
para que nadie se diera cuenta de mi pena. El profesor tomó la mayoría de los
libros que había traído con él y me los acercó hasta depositarlos en mi mesa.
-“Bienvenida, señorita.”- me dirigió una
sonrisa sincera y cálida.
-“Gracias, profesor Hard”- asentí un poco
incómoda.
-“¿Desea presentarse ante la clase?”- me
invitó.
Agrandé
mis ojos entrando en pánico. Negué con la cabeza automáticamente sin decir nada
más.
Él se rio cómplice. - “Muy bien, entonces
comencemos con la primera lectura.”-
Miré
los libros que había colocado en mi mesa y vi que eran aproximadamente 20
novelas de diferentes autores reconocidos a lo largo de la historia. Me fijé en
todos para ver si había alguno que no haya leído aún pero fracasé. Todos ya los
había leído.
- “No quiero romper sus expectativas, ni
la imagen predecible que tienen de mí así que por ello comenzaremos con Romeo y
Julieta de William Shakespeare.”- dijo con tono de humor. Claro que sí.
Me
reí por lo bajo. Muy predecible.
Toda
la clase se sumió en una lectura floja. Yo lo repasé todo rápidamente
recordando algunos detalles que por el tiempo había olvidado. En lo personal,
no me gustaba mucho que digamos esta novela. Shakespeare tiene tragedias mucho
mejores. El tiempo pasaba sin novedades en la clase. Me gustaba. Se sentía un
poco de paz con todos los estudiantes fingiendo leer la novela en silencio.
- “Chicos, ya para acabar, necesitaré que
me redacten un ensayo sobre su punto de vista de la novela del día de hoy de
mínimo 500 palabras. Para el lunes.”- puso de tarea.
La
clase suspiró con mal humor y yo estaba encantada. Mientras más tareas, menos
tiempo para pensar en estupideces. Yo me apresuré en recoger los libros y sostenerlos
con mi brazo no lastimado.
Ay, eran demasiados.
Al
salir del salón, no veía muy bien por dónde andaba. Solo miraba hacia el suelo
para no resbalarme o perder algún escalón en el camino. Y, mientras pensaba en
ir a dejar los libros en el casillero y cuál sería el camino que tomaría,
choqué con una pared, el golpe me hizo resbalar y caer al suelo sobre mi
trasero esparciendo los libros alrededor del pasillo.
Gemí
de dolor y levanté la vista para asegurarme de que nadie había presenciado mi
torpeza. Al mirar hacia atrás vi acercarse desde lejos al más moreno de los del
grupo P. Y cuando estaba pensando que no podía ser peor, escucho unas risas que
me hacen mirar hacia el frente para encontrarme a Tatiana con sus dos amigas
rubias, una de las rubias estaba seria viendo venir al chico detrás de mí. Até
cabos y me di cuenta de que estaban muy cerca y no había ninguna pared frente a
mí.
Maldición.
Si
algo era claro era que la culpable de haberme tropezado había sido Tatiana.
¿Pero qué le sucede a esta chica? Algo dentro de mí se estaba rompiendo y no
aguantaría mucho tiempo en público. Tenía que correr a mi habitación.
- “¿Cuál es tu maldito problema?”- le
dirigí la palabra mientras me levantaba. Por su mirada, me di cuenta de que se
había fijado en mi cambio de color en los ojos. No dijo nada - “Mira, yo soy
una chica tranquila. Si tú no te metes conmigo, yo ni me doy cuenta de que
existes. Pero, todo el mundo tiene su límite, Tatiana.”- me acerqué más a ellas
y ellas retrocedieron un paso. - “Voy a suprimir de mi memoria que esto pasó,
pero, como me vuelvas a joder la existencia. Lo vas a pagar. Recuerda que soy
la chica nueva, cariño. Tú no sabes quién soy yo. No tienes ni idea.”-
Me
esmeré en parecer aterradora y segura de mí misma. A Tatiana se le iban a salir
los ojos de las órbitas al ver que yo no me subyugaba ante su maltrato. En un
intento de parecer valiente, alzó el mentón y bufó antes de darse la vuelta e
irse. Sus amigas la imitaron un segundo antes de que el moreno llegara a mi lado.
Lo miré. Él estaba lanzando la mirada más reprobatoria que había visto hacia la
rubia que supuse era su novia.
- “Si tú también has venido a molestar,
te aviso que ya se me ha acabado la reserva de paciencia por el resto del año
así que vete a la mierda.”- Le dije sin mirarlo. Dedicándome a recoger libro
por libro del suelo.
Él
no respondió nada y solo se dispuso a acumular varios libros en una pila.
- “¿Qué estás haciendo?”- le grité.
- “Ayudándote, supongo.”- solo respondió.
Como si fuéramos los mejores amigos. - “Discúlpalas, a veces pueden ser muy
mimadas e inmaduras para su edad.”-
- “No necesito tu ayuda. Puedo sola.”-
dije quitándole los libros que ya había apilado.
- “Lo sé, solo quiero ayudarte a llevar
los libros a los casilleros.”- Tomó el resto de los libros del suelo
rápidamente y comenzó a caminar, dejándome atrás.
Bufé
cansada y me apresuré a alcanzarlo. En el camino trató de conversar. Estaba
enojada. ¿Trataba de burlarse de mí?
- “Soy Tomas Tortorella, por cierto.”-
- “No te pregunté, Tomas.”-
- “¿Y tú cómo te llamas?-
- “No te incumbe.”-
- “¿Eres canadiense? Tengo un amigo
canadiense y tienes el mismo acento.”-
- “¿Por qué estás haciendo esto?”-
Se encogió de hombros. - “Me caes bien.”-
- “No te creo.”-
- “¿Por qué no? ¿Cuál es tu casillero?”-
- “El 50”-
- “Tu habitación es la última del
pasillo. ¿Por qué?”- Ya estábamos en mi casillero.
Puse
mis libros en el suelo, tomé el resto de sus brazos con agresividad y los
amontoné con el resto. No respondí.
- “Ya puedes irte. Gracias por ayudarme
con los libros.”- Le dije mirando por el pasillo y me di cuenta de que algunos
estudiantes nos miraban curiosos.
La
nueva con uno de los populares. Grandioso.
- “Nos vemos, chica nueva.”- Se despidió
sonriéndome amistosamente y se fue caminando tranquilamente.
Mientras abría el
casillero me temblaban las manos. No podía creerlo. Tomas siendo amable
conmigo. Qué ridiculez pasaba en este internado. Luego de guardar los libros me
dirigí lo más rápido que pude a mi habitación. Quería encerrarme y no salir más
hasta mañana. Sentía que iba a explotar en llanto en cualquier momento.
Y así fue, al
llegar a mi habitación, me invadieron las lágrimas. Por qué razón no podía ser
la chica que todo el mundo ignoraba. Quería ser la chica de la clase a la que
nadie reparaba. Que nadie me molestara. Que nadie se me acercara. Que nadie
tratara de ayudarme. ¿Por qué era tan difícil?
El sonido de
alguien golpeando mi puerta me sacó de mis pensamientos. Traté de limpiarme las
lágrimas lo más rápido posible.
¿Ahora quién molestaba?
- “¿Quién es?”- pregunté.
- “Soy Catalina, vine a traerte lo que
pediste.”- y su tono de voz era alegre como siempre.
Traté de
prepararme para el sentimiento, pero, cuando abrí un poco la puerta me di
cuenta de que había fallado.
- “Señorita Ligia”- sonó afligida al ver
mi rostro. - “¿Qué ha pasado? ¿Los chicos te están molestando? ¿Cómo sigue tu
brazo?”- entró como un torbellino.
Yo
me senté en la cama mientras lidiaba con el mal sentimiento y pensaba qué
decirle. Si le contaba la verdad de lo sucedido podría jurar que no me dejaría
en paz nunca. Ella se sentó con un libro y una laptop entre sus manos en un
mueble cerca de la cama y esperó. Por su mirada sabía que no me dejaría en paz
hasta que le respondiera.
- “Estoy bien, supongo que es solo el
cambio. Me siento un poco… Abrumada.”- bueno, no era del todo mentira. - “Ya me
acostumbraré, supongo.”- y suspiré teatralmente. - “Es que tanto lujo, tantas
atenciones, las clases, las personas. Siento que todo esto me supera y no sé
cómo comportarme.”- terminé.
- “Ay, Ligia.”- suspiró también. - “Me
puedo imaginar lo que estás sintiendo. Tranquila. Sé que necesitas espacio.
Solo quería verte y entregarte esto.”- Se levantó y puso sobre mi mesita de
noche el libro que traía entre las manos. - “Son las normas de la institución
que le pediste a Cristopher.”-
- “Gracias.”-
- “Me iré. Si no sabes cómo usar la
laptop, allí te dejé el manual.”- Se comenzó a alejar. - “Y, Ligia.”- me llamó
al abrir la puerta. - “Todo va a estar bien, te lo aseguro. Hoy me crucé con
tus profesores de Arte y Literatura y me dijeron que tenías mucho potencial y que
eres muy inteligente.”- sonrió y se fue.
Me levanté y respiré profundo. Me encerré poniendo cerrojo a la puerta y decidí sacudirme los malos pensamientos con un baño bajo la tina. Luego de un largo rato en el baño decidí dejar respirar mis cortes, me coloqué cremas y pomada cicatrizante luego de desinfectarlos. Me puse unos pantis y una blusa de tiros negra. Pasé el resto de la tarde leyendo el manual de la laptop y redactando el ensayo de Literatura. Cuando ya el reloj marcaba las 7:30 pm me cambié a algo abrigado:
Y me dirigí a la biblioteca para imprimir el
ensayo, lo coloqué en una carpeta en mi casillero junto con la laptop y me
dirigí a la cafetería para cenar. Me acerqué a la barra dedicándole mi mejor
sonrisa al bueno de Max.
- “¿Me das permiso de prepararme unos
cereales?”- le pedí suplicante cerrando un ojo y preparándome para que se
negara.
- “Señorita, sabes que puedo prepararlo
perfectamente, y me queda delicioso. ¿No te gustan los cereales que preparo?”-
se quejó mientras me abría la puertecita y me invitaba a entrar.
Yo me reí por lo
bajo. - “Me encanta, pero, me siento inútil. Tal vez podrías darme trabajo,
podría ser tu aprendiz de chef. ¿Qué dices?”- apenas se me ocurrió la idea lo
dije. Sería muy entretenido y así no tendría tanto tiempo de ocio. A parte de
que ganaría mi propio dinero.
- “Por el momento, solo hazte tus
cereales, señorita.”- No dijo que si, pero, tampoco dijo que no.
Decidí
guardar la conversación para mañana, ahora solo quería comer un poco e irme a
mi habitación. Me preparé mis cereales y me senté en la barra del lado adentro
para observar las mesas llenas de estudiantes. Max atendía a los que se
acercaban y yo fingía observarlos, pero, en realidad pensaba en lo que me
esperaba al quedarme aquí. En esta nueva vida.
- “¿Por qué me miras como si estuvieras
tratando de desnudarme?”- Soltó el dueño de una voz familiar.
Buscando
al dueño de la voz, pestañeé para salir de mis pensamientos y me sorprendí al
darme cuenta de que lo estaba mirando ya. ¿Cuánto tiempo estuve mirándolo?
- “En tus sueños.”- le respondí. Él se
rio burlándose de mí.
- “Solo bromeaba.”- Me dijo mientras le
recibía a Max un sandwich con una malteada. Luego dejó su cena en la barra
frente a mí y se sentó. Al parecer quería comer allí. - “¿Eres hija de Max?”-
Está bien. Ahora trataba de conversar de nuevo.
- “No.”- Podía responder a eso.
- “¿Es tu familiar, Max?”- le preguntó a
él.
- “No, es una buena amiga, Tomas.”- Max
estaba riendo igual que Tomas. Lo miré como si no entendiera nada.
- “Max no deja entrar a nadie a su
cocina.”- señaló Tomas con la boca llena. - “A menos que confíe en esa
persona.”-
- “Y por eso yo estoy aquí y tú estás
allá.”- le señalé nuestros lugares y ellos se rieron de mi comentario odioso.
No pude evitar que se me escapara una sonrisa. - “Y ahora los voy a privar de
mi presencia.”- dije levantándome y me dirigí a Max, ignorando olímpicamente a
Tomas. - “Que descanses, Max.”- Me llevé mi plato conmigo a dentro, lo lavé y
lo acomodé donde iba. Luego me fui de la cafetería rumbo a mi habitación.
Me encerré allí. Me cambié por un pijama y me dediqué a memorizar el libro de las normas de la institución hasta quedarme dormida cuando el reloj casi marcaba las 1





